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España España · Madrid, Jaca
Voto de jaly:
9
Drama Nueva York, 1979. Shane O'Shea, un joven que lleva una vida monótona y anodina, sueña con poder entrar una noche en la discoteca Studio 54 de Manhattan. Se trata de un local muy exclusivo, donde sólo admiten a famosos. Una noche, el propietario del negocio, ve a Shane en la cola y ordena al portero que lo deje entrar. A continuación, le ofrece un trabajo en el local. Allí, se iniciará Shane en el mundo de las drogas, el sexo y la música ... [+]
23 de junio de 2015
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escribí mi crítica a propósito de 54 el 27 de marzo de 2007 (ventajas del cajón desastre que es internet). Hoy me decido a eliminarla (pese que estaba bien valorada por mis compañeros usuarios, y la conservo en el apartado de Spoilers) tras haber podido ver, por fin, la verdadera película que había detrás del 54 del 98, un film que, a pesar de sus errores, siempre encontré entusiasta en su hedonismo, en la transparencia de sus interpretaciones, y en las zonas oscuras de un guión, que por fin ahora, más de 15 años después, ha salido a la luz con 54: TDC, que da verdadero sentido al concepto de "el montaje del director".

¿Por qué dedicarle dos críticas escritas de la misma mano a una película? Fácil respuesta: son películas completamente distintas. Amputada en el 98 por el aventurado salto hacia lo “inmoral”, el montaje de aquella cinta se alteró, eliminando casi 40min de metraje, rodando 30min nuevos, añadiendo la voz en off de su protagonista, y promoviendo a una Neve Campbell post Scream de cameo a interés amoroso de Phillippe y cabeza de cartel, y por último alterando el orden y sentido de la mayoría de sus escenas. Lo que en el 54 del 98 quería ser una fábula moral sobre el éxito, el exceso, el ascenso, la caída y la redención (aunque finalmente quedaba más en una estética y forzadamente melancólica anécdota); es ahora la desprejuiciada historia de amor de un menage à trois, a la vez que un retrato sin concesiones de un lugar, un momento, y sus gentes. Comparando ambas cintas, sólo el personaje de Steve Rubell (pletórico, antes y ahora, Mike Myers) conserva su esencia; todos los demás cambian absoluta y afortunadamente, convirtiéndose ellos ahora en unos seres arribistas, solitarios, obsesionados con el éxito hasta límites tan terribles como reconocibles. Las acciones de todos ellos van por derroteros nihilistas, disfrazadas de un hedonismo salvaje, de dar la espalda al tempus fugit, de convertir el cuerpo en un mapa de la noche antes del alba, criaturas nocturnas, como diría Hopper.

Y esa trasformación de los caracteres de personajes da lugar a unas interpretaciones, ahora sí, soberbias en su valentía, en el arrojo, en la sinceridad, en la falta absoluta de pudor y de falso estatus de estrella juvenil. Por eso es fascinante observar como Ryan Phillippe, ahora con la mejor interpretación de su carrera, encara a un joven tan simple como oscuro, tan plegado a sus propios deseos que es capaz de traicionar incluso al verdadero amor. Por eso el personaje plano que antes era Breckin Meyer, es ahora un conmovedor hombre enamorado incluso de sus propios conflictos. Por eso la luz que ya irradiaba Salma Hayek, ahora tiene sentido como alegoría de la escasa pureza de los recovecos del 54. Por eso, Neve Campbell renuncia a la mayor parte de su storyline y de sus escenas de aquella película de hace 15 años, para transmitir la triste y solitaria idea del éxito a cualquier precio y de la mediocridad de muchas supuestas celebrities. Y por el camino, además, ganamos en grandes secundarios como Sela Ward (que con una pincelada define a toda una clase de cuervos con forma de millonarios), Michael York o Ellen Albertini, que ya conmovía en la primera versión, y ahora directamente duele, porque no es la víctima de un guión tramposo, si no un peón mas del juego cruel de todos los demás personajes.

Admiro a Mark Christopher por pasarse la mayor parte de su carrera, y por ende, de su vida, queriendo contar su historia, amando a sus personajes, luchando por su visión. Antes de poder rodar el largo, ya había mostrado el 54 en un par de cortos. Después de la mutilación de su película (de la que él, por declaraciones de la época, salió como un caballero), ha estado una década y media luchando para que su verdadera visión viera la vida. Y ahora lo ha hecho, y hemos ganado en todo. El 54 ahora por fin es un personaje más y no una simple evocación. En 54: TDC, la discoteca es un monstro tan voraz como fascinante, que se traga vidas y energías a la vez que las sublima. En el fascinante uso de la música y el sonido (ahora en todo momento se oyen los bajos de la eléctrica música disco, ya no sólo una lista de éxitos muy bien seleccionada), y de la luz (las escenas en el interior del 54 han sido ahora oscurecidas, y por momentos la película es una experiencia sensorial, un viaje por los claroscuros de una fiesta que no acaba –y el clímax, antes inexistente, es ahora opresivo, narcótico, frenético, rodado de forma magistral-).

Y una de las cosas más memorables de este renovado 54 es su montaje. Pienso que estas dos películas deberían estudiarse en las escuelas de cine para descubrir la imperativa importancia del montaje. No sólo el mensaje de la película ha cambiado, también su trama principal, su ideología, su forma. Hay escenas que siguen siendo exactamente iguales que en el 98, pero significan algo completamente opuesto, por la simple incursión de una mirada que antes no estaba, de una canción que antes sonaba en otro lugar, por el sitio en el que están entre otras escenas. Y el 54 del 2015 es una película tan valiente como el New Queer Cinema que surgió en los 90 (Jarman, Aaraki, Clark, Korine), pues presenta a sus personajes con esa misma sexualidad ambigua, retrata sus excesos sin juzgarlos, no existen héroes redimidos, ni víctimas, ni villanos de tebeo. Es gente que vive el momento en el que se encuentra, y la cámara y el guión lo retrata de forma fiel a la realidad, pero elevándolo a su vez a una categoría poética.

54: TDC probablemente adquirirá categoría de culto con el paso de las años, por sus valores cinematográficos y metacinematográficos. Su historia, delante y detrás de la imagen, tiene el mismo poder de atracción que su objeto de estudio. Pero ante todo, la película es una muy buena película, un conmovedor retrato de una época, y un apasionado romance sin prejuicios, defendido desde la libertad, desde la sinceridad de las pasiones y las heridas (visibles e invisibles) del exceso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
jaly
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