Buscando en la memoria una película que sea digna de figurar en un número tan redondo, como el que supone mi crítica número 500 para filmaffinity, he llegado hasta este faro del neorrealismo italiano que sirvió de referente a tantos que quisieron contar las cosas tal y como sucedían: sin poner paños calientes, sin manipular la verdad, sin ocultar el dolor de los que nacieron para sufrir, sin utilizar telones para que las pías conciencias no resultaran salpicadas..... Vittorio De Sica fue uno de estos cirujanos capaces de dejar al descubierto hasta el último nervio de la mísera condición humana.

Ya ni siquiera recuerdo cuándo vi el "Ladrón de bicicletas"; otra de esas obras únicas, tan cierta y dolorosa que no estoy dispuesto a repetir para no incrementar peligrosamente mis niveles de angustia crónica, de imposible eliminación. No sé si han pasado veinticinco, treinta años, pero lo cierto es que sigo recorriendo las adoquinadas calles de Roma intentando ayudar a Antonio Ricci en la búsqueda de esa herramienta de trabajo, con ruedas, que a la vez le hará recuperar la talla ante su hijo Bruno: sorteando tranvías, imaginando un final feliz, encomendándome a la suerte, huyendo de los malos augurios, apretando los dientes, llorando por las esquinas, preguntando hasta a los perros y deseando que nunca llegue la noche para no tener que regresar con ellos a casa, porque eso significará que una vez más los pobres hemos sido derrotados.

Yo también hubiera votado para incluirla entre las diez mejores películas de la historia del cine y, si no lo es, voto para que mañana mismo sea considerada Patrimonio de la Humanidad y para que cada día se les suministre, en cualquier formato (desde celuloide a píldora), a quienes trabajan cada día para aumentar la injusticia, el hambre, las guerras....en definitiva, para los sembradores de miseria, que con redomados esfuerzos ahora vuelven a la carga.