Jacques Audiard, secundado espléndidamente por el actor belga Matthias Schoenaerts, consigue un retrato, como pocas veces hemos visto, de un individuo inconsciente, con un cerebro del tamaño de una nuez, sin conciencia (porque no le cabe), sin escrúpulos (por la misma razón); y a la vez con, al menos, cien kilos de magra humanidad sin la grasienta maldad.
El duelo con el complejo personaje que interpreta Marion Cotillard está servido y bien resuelto, aunque no es fácil llevar con naturalidad cinematográfica el tema de las prótesis, ni la especial relación que intenta manejar con tacto la adiestradora de orcas.

El director de "Un profeta" sigue en su empeño de escapar de los papeles convencionales y de las situaciones repetidas. En "De óxido y hueso" vuelve a sorprender con seres y situaciones al límite pero tocados, a pesar de todo, por la varita de la credibilidad.
Algún espectador de la Seminci se lamentaba del final, que no consideraba que tuviera el alto nivel del resto del metraje. Yo no estoy tan de acuerdo, pues lo cierto es que el futuro de un individuo de estas características sólo se entiende en campos muy específicos en los que la capacidad intelectual tan sólo se le suponga.

El guión, co-escrito por Audiard, no deja sombras y sale airoso al mostrar con sutileza el uso interesado, sin forzar, que hace Stéphanie del ser animalesco encarnado en Ali.
La manifiesta irresponsabilidad del protagonista logró sembrar la inquietud, buen síntoma, en el patio de butacas.