Leonard Nimoy puso sin duda el mejor empeño en formular una película acertada, pero sucumbió en un primer intento, para triunfar en el segundo. Ese primer intento lleva por nombre Star Trek III y nos devuelve las cosas a un punto previo a su predecesora: aquel en que Spock estaba vivo. Y es que está nueva entrega nos narra su resurrección, en una historia tan inverosímil como rutinaria.

A partir de varios cabos sueltos de la trama de la película anterior, la tripulación superviviente se adentra en un nuevo viaje para salvar, primero el alma, y luego el cuerpo de Spock. A pesar de algunos momentos resultones (el encuentro Kirk-Sarek, por ejemplo), la recuperación de la centralidad de algunos personajes claves de la saga (especialmente del Dr McCoy) y la buena voluntad general, el film sucumbe al quedar encasillado en una trama vulgar y en manos de una confrontación con un malvado aun más endeble que el de la película anterior, interpretado por Christopher Lloyd. Sólo el desastre de la quinta parte permite escapar a este filme de convertirse en el pero de los diez rodados. Aun así, no es más que un producto sólo apto para los fans de la saga y poco accesible para el público en general.