No nos engañemos.
Esta secuela intrascendente durante gran parte de su metraje es un tedio artificial donde sus chistes no hacen gracia (con excepciones) argumento infantil y muy dispar en estilo, sin identidad y a rebosar de conveniencias.

Los personajes bien llevados en su anterior entrega son una versión "lite" y ñoña. La presencia de los mismísimos Kurt Rusell y Silvester Stallone se siente desaprovechada (aún más en el segundo).

Lo que salva a esta cinta de la quema es su último cuarto épico, conmovedor y que deja a un lado las sandeces. Uno sale satisfecho, cuando en algún momento del metraje se ha dado alguna cabeza, despiertas cuál golpe sobre la mesa.

Selección musical cuidada al dedillo, inversamente proporcional a los diálogos.

Un ejercicio dispar que por suerte, se sale con una lagrimilla pero contento de haberlo visto.