Película que juega sobre seguro al tratar un tema de fervorosa actualidad basado en un acontecimiento real, lo que más más fuerza aún a su denuncia. A finales de los años 60 del siglo pasado, un carismático activista de los Panteras Negras se pone en el punto de mira del FBI conforme aquel va ganando popularidad entre la comunidad negra. El objetivo es neutralizarlo, sin cuestionarse mucho sobre la moralidad de los métodos empleados.

Muchos van a conocer a Fred Hampton gracias a esta película, un activista que murió asesinado (no es un espoiler: está en la wikipedia) a manos de los federales, en una década donde la discriminación racial aún era notable en los USA. Quizá su lenguaje fuera incendiario, pero eso no justifica actuar contra él como si ya fuera un asesino probado, no en la autodenominada tierra de las libertades. Pero la América de Nixon no era precisamente un modelo de mesura y templanza. Puede que la manera en el el FBI actuara contra él se vea retratada de manera demasiado arquetípica, a modo casi de cine de espías, tanto en su proceder despiadado como en su metodología. Pero ya sabemos que la realidad supera muchas veces a la ficción.

Concebida también como un manifiesto político, no se corta dibujando a Hampton como un activista que no para de hablar de "socialismo" y "revolución", cita al Che y a Mao y viste con atuendo paramilitar. Un tipo incómodo al que reivindicar en los USA post Trump pero muy a propósito del momento que la comunidad negra vive hoy día en ese país. Donde más falla la película es en su apuesta dramática, que por momentos resulta algo cansina y carente de ritmo, casi rozando el estilo documental. Y aunque el protagonista en Daniel Kaluuya, la verdadera estrella es Lakeith Standfield, que borda su angustioso papel.

Es posible que en otro momento de la historia este film no tuviera la misma repercusión, pero saber leer el momento también debería ser considerado un acierto.