A partir de la obra que P.A. de Alarcón publicó en 1853, R. Gil lanza pinceladas suaves que se deslizan sobre el celuloide pintando escenas sutiles que apuntan hacia un argumento familiar y dulzón.
R. Durán y A. Rivelles se dan la mutua réplica con soltura y todas las escenas convocan cordura y buen tino cinematográfico.
Magnífica actuación de ambos.

A mitad de película, se establece un importante giro y el melodrama se apodera de la pantalla. Desde ese momento el largometraje camina por derroteros completamente diferentes -tensión, dramatismo e intriga- y la historia gana en interés a pesar de que se sustenta en excesivos y muy improbables lances de azar.