El relato de J. Tournier consigue, de la mano de A. Corti, un exquisito tratamiento cinematográfico que seduce gracias a un argumento poderoso (psicológico y demoledor) y al vigor de una construcción fílmica que trasmite todo el peso a unas columnas muy recias: la soltura narrativa, la exuberante fotografía, la ambientación excelente y un más que notable sentido del ritmo y de la descripción.
El entorno áulico se percibe como una realidad turbadora pero inmediata gracias la riqueza de detalles.
Y también como una violencia contenida que surge de la exacerbación emocional.
Mientras tanto, un clavecín desgrana sus notas cómplices en cuyo interior se oculta la semilla del descreimiento.
T. Dalton y V. Golino ejercen como admirables maestros de ceremonias.