Lo mejor de esta película se encuentra en su última media hora, en el debate entre el padre Frank Shore (Ed Harris) y el Cardenal que se oponía otorgarle la santidad a Helen O'Regan, y en las revelaciones del final.

La cuestión de los milagros no es cosa baladí, porque cuando alguien está en una situación muy difícil suele acudir especialmente a la fe. En el caso particular de las enfermedades, cuando los médicos no aportan una solución, el enfermo suele acudir o bien a la Iglesia o bien a los curanderos. Recuerdo a una amiga que era muy devota de Fray Leopoldo de Granada, yo la acompañaba a veces cuando ella quería demostrarle su agradecimiento (Paqui, si me lees me refiero a ti).

La película es en sí interesante pero le hace falta un mejor orden escénico, un mejor ritmo en sus dos terceras partes iniciales.