Ama está planteada como una road movie por la ciudad, sin rumbo y siguiendo, cámara en mano, a una madre que dista mucho del concepto “ideal” que conocemos; tanto, que hasta resulta un rol desagradable con el que cuesta mucho empatizar. No obstante, no se busca juzgarla ni justificarla, sino simplemente mostrar a una joven con una hija que está desestabilizada tanto económica como afectivamente, a punto de colapsar.

Pepa se encuentra de pronto en la calle, con su hija Leila, y el espectador vagabundea con ellas, en un recorrido incómodo a través de las avenidas y también a través de las decisiones de la protagonista. Esto último hace sufrir tanto a la audiencia como a la niña, aunque ella no comprende del todo la situación. La pequeña supone el mínimo toque de ternura y humor de destila cinta, y el vínculo que se va forjando entre las dos es prácticamente lo único agradable.

Júlia de Paz expone con sobriedad y honestidad la dificultad de algunas chicas a la hora de sacar adelante a un hijo, solas, sin recursos y sin apoyo. Desde su punto de vista, un chiquillo resulta un lastre y abundan los sentimientos de rabia, abandono e impotencia. La directora culpa –en parte– a la sociedad de lo que le pasa a Pepa (y a las mujeres como ella) y aborda la noción de maternidad desde un ángulo poco explotado en el cine, desmitificando cualquier quimera.

Las interpretaciones son excelentes, en especial la de Tamara Casellas, pero el intento de la cámara de perseguir los alocados movimientos de Pepa, a veces, es un poco molesto. Entre los planos que vibran, la injustificada necesidad del personaje principal de sacarse la ropa constantemente y la completa falta de esperanza de la trama, la película resulta sombría y violenta.

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