Con Fast & Furious X arranca la trilogía que dará cierre a la saga automovilística más admirada de los últimos años. Así pues, la película mira al pasado con nostalgia y se detiene en un acontecimiento acaecido en Fast & Furious 5 para contextualizar al gran villano de este desenlace.

Al igual que han ido ofreciendo las pasadas entregas, este nuevo capítulo no es más que otra película intercambiable por cualquiera de las otras -en cuestiones de forma y fondo-, sin nada nuevo que aportar. Así que aquellos adeptos a Dom Toretto y su familia se verán altamente complacidos. Como no le es ajena, la cinta se plantea como un desfile de acción trepidante al ritmo de motores acelerados, carrocerías ardientes y piruetas imposibles.

Todo ese espectáculo acrobático sirve como entretenimiento, pero es difícil encontrar algo más allá, pues tiene de base un terrible guion. Este se llena de continuos deus ex machina y ocurrencias caídas del cielo para que los personajes avancen sin importar la coherencia e impedir que se queden quietos. La epicidad se construye narrativamente sobre un castillo de naipes que se tambalea y desde el efectismo emotivo con el que solo los seguidores más acérrimos podrán conectar.

Entre todo este despliegue de lo que promete ser una gran reunión final de gran parte de los personajes aparecidos durante las diez películas, esta última destaca, con diferencia, por la carismática interpretación de Jason Momoa como Dante Reyes, quien logra amenizar la constante traca.

Al final, en esta primera parte del final, se cierra en un in media res climático, de forma que, sensacionalmente, uno necesite correr a ver la siguiente para no sentirla incompleta. Y así comienza la cuenta atrás a la historia de esta familia sobre ruedas -cuyo mensaje de unión, firme y poderoso, no se cansa de repetir hasta la saciedad-.

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