Una película dulce pero no empalagosa, emotiva pero no sensiblona... Kawase se mantiene fiel a su estilo poético aunque sin artificios, lo que puede provocar en ocasiones una sensación de frialdad. Sin embargo, en esta ocasión se añaden nuevos matices que mejoran el conjunto. "Una pastelería en Tokio" es una obra sin estridencias, con un planteamiento argumental simple que va ganando en riqueza a medida que avanza el metraje. A diferencia de algún otro film que había visto de esta directora, el punto de vista de la película se va elevando hasta alcanzar una visión de conjunto, que abarca a todo un pueblo. La sencilla historia de una anciana que comienza a trabajar en una modesta pastelería se ve con simpatía y agrado, pero el interés aumenta a medida que el film incorpora notas de crítica social, denunciando una situación de marginación intolerable que se ha prolongado durante décadas, gracias a un silencio que ha venido impuesto. Kawase contrapone el remordimiento individual de un pobre pastelero con el sentimiento de culpa colectiva. Sin abandonar el estilo pausado y sereno, la historia intimista deja paso a la denuncia del olvido general al que se ha condenado a unos seres humanos que no cometieron más delito que el de ser víctimas de una enfermedad estigmatizante. Con semejante receta, la película deja poso, y constituye una de las obras más accesibles y fácilmente recomendables de la directora.