Un drama familiar bien planteado, pero un tanto desangelado en su desarrollo. La película es una fábula sobre silencios y mentiras piadosas, y sobre cómo esos recursos son a menudo instrumentos para la excusa y el autoengaño. Una madre de familia acomodada decide un día que, después de 30 años, abandonará el tratamiento que ha estado siguiendo para sus problemas depresivos. Curiosamente, ello desencadena la locura entre los demás miembros de la familia. La decisión de la madre supondrá que se destapen los traumas por los que pasan todos los personajes. Vemos que la sobreprotección al otro ha servido para tapar las vergüenzas propias.

Por ello, me parece ajustado el tono pausado de la narración y las contenidas interpretaciones de los actores. También creo un acierto que las subtramas queden sólo apuntadas. Un mayor desarrollo y un metraje más largo habrían convertido esta película en un verdadero folletín. En realidad, lo verdaderamente destacable de la película es su idea y su bienintencionada moraleja. Me quedo con la escena de la canción, con el hijo de Berlín al piano, es un momento muy ilustrativo e irónico sobre este desfile de disfraces. Cuando a los personajes se les van cayendo las caretas, la sensación es que la peli queda a la deriva, fluyendo de un modo lánguido hacia un final que ya no aporta mucho...

Para pasar un rato de domingo, sin más pretensiones.