Tarkovski, y en especial esta película, era una de mis asignaturas pendientes en mi personal bagaje cinematográfico. Vista “Andrei Rublev”, uno entiende la importancia de esta obra. Digno heredero de los clásicos, de Eisenstein, y de todos los que entendieron la relevancia del cine como manifestación cultural y artística, Tarkovski dio otra vuelta de tuerca y nos regaló una obra densa e inabarcable. Esta película es tan compleja que admite múltiples lecturas y visionados. Cada plano encierra un símbolo. Uno puede deleitarse en sus imágenes, desde un punto meramente estético, pero cada escena encierra un contenido ambiguo que lleva a la incerteza y a la incomodidad.

El protagonista parece en muchos momentos una mera excusa ante el mensaje que el film nos lanza. La propia elección de este personaje histórico como eje central de la película no resulta casual. Andrei Rublev fue un artista de cuya vida sabemos muy poco, pero cuya obra artística ha perdurado durante siglos y ha dejado una profunda huella. Una gran paradoja. Es más, ni siquiera parece que Rublev sea testigo o hilo conductor del argumento. Simplemente, aparece y desaparece a lo largo del metraje. Tarkovski deconstruye el argumento y ofrece un relato de estructura fragmentada, a veces confuso, casi como si se riese de su propia apuesta. Con ello, indaga en la identidad del pueblo ruso como si fuese consecuencia de una gran confusión. “Andrei Rublev”, como otras grandes obras del cine de aquel país, merecería un estudio previo del contexto histórico y artístico para poder ser disfrutada con toda su plenitud, pero ello no impide que cualquier espectador poco informado pueda disfrutar de la belleza y la pasión del conjunto.

“Andrei Rublev” es una película épica, crítica, reflexiva, emocionante, bella… Entiendo que haya quien la critique por considerarla megalómana y pretenciosa, pero creo que eso conlleva ver sólo una parte de la propuesta. Hay un punto de ironía u ópera bufa que tiñe de humor cualquier planteamiento grandilocuente que quiera hacerse sobre Rusia, o sobre cualquier pueblo. Pero, además, Tarkovski aborda con el mismo tono temas trascendentes como el arte, la religión y la guerra, todo ello como partes consustanciales e inseparables de la raza humana, tan insignificante ella. La búsqueda de la Belleza, con mayúsculas, como idea abstracta, es un rasgo definitorio del ser humano, como también pueden serlo la violencia y la crueldad más salvajes. Ese contraste llega a la sublimación en el pasaje de la forja de la campana. El sudor, la suciedad, incluso la mentira, en pos de una obra colectiva magnífica y bellísima. El hombre, como el Arte, se define por sus contradicciones. O quizá es que el hombre se define por el Arte, o el Arte por el hombre. Como esta película, que en ocasiones parece que no lo es.