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España España · Barcelona
Voto de reporter:
4
Drama Carlos es el sastre más prestigioso de Granada. Un hombre respetable. Sus pasiones son el trabajo y sobre todo la comida, pero no come cualquier cosa: se alimenta de mujeres desconocidas, con las que no tiene ningún vínculo emocional. Esa situación cambia el día en que conoce a Nina, una joven rumana que busca desesperadamente a su hermana gemela, que ha desaparecido hace unos días. (FILMAFFINITY)
22 de octubre de 2013
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Será culpa del periodismo... o tal vez no, pero la noticia se repite una y otra vez. Las formas, el tono, las declaraciones. No importa la naturaleza del crimen, tampoco los años que vayan a caerle al presunto culpable. No importa el grado de sordidez que envuelva a la enésima página de sucesos, porque tarde o temprano siempre aparecerá la vecina diciendo aquello de ''No lo entiendo'' ó ''A mí siempre me saludaba'' o la favorita del público ''Pues parecía la mar de normal''. El maltratador, el asesino, el pederasta, el terrorista. Todos, sin excepción, parecían los seres más majos del mundo. Normales. Curiosamente el primero no pegaba a la portera cuando bajaba a por el periódico, el segundo no iba afilando por la calle su cuchillo de carnicero, el tercero no se paseaba por la escalera con niños desnudos atados con correa y el cuarto no iba a comprar el pan con un cinturón de explosivos plásticos.

El caníbal, para no llamar demasiado la atención y para no destacar entre tanto farsante, tenía la desfachatez de no ofrecer a sus invitados, cada vez que montaba una fiesta en su casa, los restos descongelados de la chica con la que le vieron unos días atrás. Con la buena pinta que tenía aquella carne... Pero no, el maldito antropófago, aunque algo reservado, nunca se lo pensaba dos veces a la hora de dar los ''Buenos días'', o de desear ''Buena suerte'', o de disparar un ''Hasta luego''. Claro, así era imposible malpensar del pobre hombre. ''No lo entiendo''; ''A mí siempre me saludaba'' y ''Pues parecía la mar de normal''. Lo de siempre... y obviamente. Porque alcanzadas ciertas alturas, al espectador debería empezar a molestarle el que un personaje fuera inmediatamente definido por la sinopsis que le antecede.

Sí, Carlos es un caníbal... y también uno de los más reputados sastres de Granada, además de, por qué no, un buen vecino. El nuevo largometraje Manuel Martín Cuenca vive en sus propias carnes lo que significa tratar con un arma de doble filo, y la verdad es que, en el plano teórico, da síntomas de saberla manejar con total destreza. Detrás del título de 'Caníbal', que para nada pretende jugar con la confianza del espectador, se esconde precisamente lo que cabe esperar. Anzuelo tendido... y a picar. Pero cuidado, estamos en las antípodas de lo que, para ponernos drásticos, podríamos considerar como las astracanadas del torture porn. A pesar de que las apariencias no engañen, los amantes de la sangre, las vísceras... en definitiva, de la carnaza, deberán esperar a una mejor ocasión.

Aquellos no dotados con una paciencia de santo, quizás también. Y es que 'Caníbal' tiene en su mayor virtud, quizás su peor enemigo. A saber, la inquebrantable voluntad de no ceder ante la tentación. De este modo, Martín Cuenca consigue lo a priori imposible: que una historia sobre devoradores de carne humana logre el impacto lejos de los estallidos de hemoglobina. Por ejemplo, un arranque sencillamente magistral en que el director nos pone, de la manera más directa (pero a la vez sutil) posible, en la piel del monstruo. Altas horas de la madrugada en una gasolinera, una pareja desprevenida y dos coches. Con esto y un pulso a prueba de los temblores sísmicos más destructivos, la acción, que parece -y sólo parece- estar filmada a cámara lenta, le deja a uno clavado a la butaca.

Hay más: Un sorprendente y muy sabio uso de las elipsis, la inteligencia a la hora de ocultar lo que en realidad es una enfermiza (como no podía ser de otra manera) historia de amor, una impactante reflexión sobre el siempre conflictivo -y dudoso- binomio compuesto por el ''crimen'' y el ''castigo'', y por supuesto, un inmenso Antonio de la Torre, que en su frialdad, pero sobre todo en su contención, se reivindica, una vez más, como uno de los intérpretes más todoterreno de nuestra cinematografía. Sin previo aviso, los cuerpos inertes se convierten en fina tela sobre la que Martín Cuenca se divierte experimentando. Los tintes oscuros se escampan sobre la mesa y el relato, por desgracia (y ahí va la principal queja), se congela en su aterradora normalidad. Más allá de la sospecha de que el exceso de metraje pesa demasiado, el problema está en el ritmo de la narración, desesperantemente siberiano. El avance es comparable al de un glaciar. Todas las virtudes (que, una vez más, no son pocas) se encallan; se apelotonan y se estorban las unas a las otras, y este apabullante ejercicio de sinceridad autoral se pierde precisamente en su propio código de conducta. Imagínense el más apetecible de los bistecs que, a pesar de haber despertado nuestra hambre, cuando entra en nuestra boca se descubre como un plato excesivamente correoso. A hacer bola se ha dicho. Lástima... ''Con lo normal que parecía.''
reporter
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