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Voto de Enrique Castaños:
5
Drama. Romance A finales del siglo XVIII, cuando los puritanos ingleses ya se habían asentado en América, el reverendo Dimesdalo, de la estricta comunidad de Boston, se enamora de la audaz Hester Prynn, una mujer muy independiente y de gran fortaleza moral, cuyo marido, de momento, se ha quedado en Inglaterra. Sus vecinos, la critican duramente y, cuando Hester se queda encinta, es juzgada como adúltera y enviada a prisión. Libre adaptación de la ... [+]
4 de mayo de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo producto artístico tiene derecho a la autonomía y a no ser subsidiario de cualquier otro. Pero eso no significa, especialmente en el caso de películas que son adaptaciones de novelas de gran calidad literaria, que esa autonomía, que debe, naturalmente, tener unos márgenes amplios y permitir vivir con independencia a la película respecto de la novela, no significa, digo, que se distorsione gravemente el espíritu de la novela, o, sencillamente, que se falsee de manera espuria. Dos ejemplos muy conocidos en que no se incurre en ese error, y no por eso ambos filmes son vicarios de las novelas respectivas: «Drácula, de Bram Stoker», de Francis Ford Coppola, y «El nombre de la rosa», de Jean-Jacques Annaud. En este sentido, «La letra escarlata» (1995), de Roland Joffé, es una película fallida. Y lo es, además, de manera absurda, por una alteración de la novela homónima de Nathaniel Hawthorne (1850) absolutamente gratuita y estéril, una alteración que afecta al final de la novela de modo tan prosaico y contundente que destroza el contenido alegórico y metafórico que Hawthorne quiso imprimir a su obra maestra, por mucho que a Jorge Luis Borges no le agradasen, precisamente por ese contenido alegórico y moralizante, las novelas de Hawthorne, gustándole, en cambio, muchísimo más sus cuentos. Pero ese contenido no debe ser, en cualquier caso, tergiversado, que es lo que hace el film de Joffé. Lo sorprendente es que, aun admitiendo el también estúpido cambio en la cronología histórica (cretino, porque se trata de una alteración de unos dos decenios, en realidad muy poco tiempo, pero sí lo suficiente para que ya la acción no coincida con la cronología nada casual y perfectamente consciente establecida por Hawthorne, entre 1642-1649, esto es, entre el inicio del conflicto de Carlos I Estuardo con el Parlamento inglés y su ejecución condenado por alta traición), en general, los tres personajes principales, Hester Prynne, Arthur Dimmesdale y Roger Chillingworth, están aceptablemente trazados, así como la puesta en escena y la ambientación, aunque el director debería haberse ahorrado una vez más unas inexistentes e infructuosas escenas de relación carnal entre los fugaces amantes. No respeta que el novelista nos introduce de lleno en medio de la acción (in medias res), cuando Hester ha sido ya condenada y está siendo sometida a escarnio público; es ambiguo con el hecho de que toda la comunidad de Boston, y por supuesto Hester, creía con sinceridad que Chillingworth había muerto, y a este último lo descuida bastante (por ejemplo, no se tiene en cuenta la decisiva relación, siniestramente buscada, que establece con el pastor, a fin de destruir su vida). Pero, insisto, lo más censurable es el final, es decir, dejar con vida al pastor, que en realidad muere en brazos de Hester, junto a su hijita Pearl, después de haber confesado el pecado que tanto le ha atormentado, hasta el punto de producirle una marca en su pecho similar a la A de su amante, y de haber pronunciado unas memorables palabras antes de expirar. Ese final «feliz» es una falacia. El director debería haber tenido muy en cuenta el último capítulo de la novela, la Conclusión, donde la felicidad es entendida de un modo muchísimo más hondo, y con las resonancias morales y espirituales que Joffé, estéril y caprichosamente, hurta en su adaptación cinematográfica.

Enrique Castaños (Málaga).
Enrique Castaños
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