Hace muchos años leí un cuento: "Piloto de naves espaciales". En primera persona, una madre observaba los anhelos de su hijo, sus más íntimos sueños. Dada la precariedad económica en la que estaban, de pronto la voluntad inquebrantable de un jóven choca con sus verdaderas limitaciones. Pues Gattaca refleja algo extremadamente similar pero dentro de un ambiente futurista.

Una de las primeras cosas por aclarar es que Gattaca, aún haciendo uso de los tópicos del género de la ciencia ficción, jamás tiene en mente derrochar un solo efecto especial o predisponer la historia bajo el arbitraje de las ya conocidas sociedades-futuristas-fundamentalistas-totalitarias. Y no es que esta queja no se presente en la obra, todo lo contrario, se la resalta y critica, pero definitivamente el meollo de la cuestión persigue carriles muy distintos. Una sociedad que busca la perfección es, irrevocablemente, una sociedad que segrega, que verticaliza. Pues en tu sangre llevás tu origen y tu destino, ella sola se encargará de marcar tus posibilidades y tus frustraciones. La genética es primordial en la peli de Niccole, una suerte de fuerza abstracta que selecciona como máquina con disco rígido a los más aptos.
En contrapartida con este mundo que está lejos de ser presentado como apocalíptico pero sí lo suficientemente cargado de significaciones como para establecer una alarma, distintos personajes de carácter y naturaleza "marginal" esbozan, proyectan sueños. Construyen una verdadera mentira, con todas las letras, en pos de anhelos viejos pero siempre vigentes.
En última instancia, es la misma Gattaca, esa metrópoli que te abre las puertas pero te encierra una vez dentro, el envase perfecto para contener a este espíritu que no representa ni a una ni a dos ni a tres personas, sino al espíritu inquebrantable de toda una especie que no se cruza de brazos ante una muestra de sangre, o ante un informe bien hecho.

"De carne somos pero de sueños nos sostenemos", y Gattaca lo refleja maravillosamente.