Oculus comienza y termina, literalmente, como una profecía auto cumplida (spoiler). Es ese cierre perfecto y coherente el que me ha llevado a otorgarle este siete. En términos generales, si observamos como la peli se desenvuelve o muestra sus cartas, es una obra que se clavaría en un seis.

Flanagan aporta su estética particular a una historia que tiene mucho de manida, tanto temática como estructuralmente. El recurso del espejo, y el modo de exponerlo, ya está recontra visto: desde la breve saga de Espejos, bastante más superflua, pasando por infinidad de pelis en donde la idea del reflejo-que-no-queremos-ver se vuelve la matrix del asunto. El rollo con las superficies pulidas viene de viejos antaños, de Disney hasta la mitología griega. Sin embargo, el director desarrolla su propuesta partiendo de dos puntos de vista subjetivos. Es esa misma subjetividad la que condimenta a Oculus.

En ausencia de una mirada objetiva ya de por sí debemos asumir que el condimento fantástico nunca logra evidenciarse del todo. Jamás tenemos otra apreciación que la de dos protas afectados, y no hay fantasma ni aparición tremebunda que desplace ese panorama: no tenemos otra alternativa que ver las cosas solo como ellos las ven. Si es el espejo el que manipula las diversas realidades, o si son ellos mismos los causantes de su propio destino, eso queda para la libre interpretación del espectador, siempre se echará en falta una mirada externa que juzgue. Por esta misma cuestión, Oculus desborda de terror psicológico y subordina la historia tradicional de fantasmitas, aunque sin resolver el misterio. Por suerte.

Es la sucesión encadenada de falsas realidades la que estropea un poco la organización interna del relato. Comienzan siendo indicios extraños para convertirse luego en un recurso mecánico que confunde, y no siempre para bien. Eso no quita que Flanagan no la haya tenido clara de principio a fin: se puede ver no obstante que también cayó en la típica pasada de rosca propia de las realidades pesadillescas.

Oculus satisface, sabe que va a contar y hacia donde llevarlo. Solo peca en las subjetividades que plantea, peca a la hora de mostrar los diversos niveles de enajenación.