El seductor es una vuelta al pasado con anclaje en el presente. Un remodelado que obedece, y se nota, a una agenda política plasmada a la fuerza. Se nota aún más cuando la encargada de filmar es Sofía Coppola: mientras que los recursos típicamente formales son propios de su estilo, no ocurre lo mismo con el guión de esta peli. El retorcimiento rayano en lo morboso parece una idea ajena.

Tema aparte: la filmografía de Sofía Coppola. Perdidos en Tokio, Vírgenes suicidas e incluso María Antonieta. Se trata de pelis bien acabadas. Pero, ay, todas ellas ya vaticinaban lo que podría pasar; que de una estética elegante y ritmos mesurados la cosa deviniera en una gradual falta de brillo. Qué de aquellos ritmos tan cuidados y pulcros todo se volviera denso, estéril, profundamente tímido e impreciso. En resumen: que las producciones de esta directora podían y están cayendo en un mero ejercicio de estilo sin fuerza interna.

En El seductor se pueden percibir dos fuerzas que no armonizan. Por un lado, la elegancia estética y un armado formal típicamente clásico y, por el otro, una trama de tintes siniestros con enfoque moderno. Mientras la mirada clásica se apaña en el distanciamiento, la mirada moderna toma fuerza en la subjetividad de esa vivencia. Ambas posturas no parecen darse la mano en un producto de carácter opaco, que no se decide por expresar lo que realmente quiere contar.

El resultado final parece ser ese cuadro contado por un "alguien" no muy definido. Lo que quita fuerza dramática a la propuesta.