Es curiosa la incipiente crítica tanto a la dictadura como la nuevo stablishment democrático que vino tras la transición: el cine "kinki".

Siendo el 7º Arte en España un arma de la izquierda sardónica y cañí, cuesta creer que gente como Eloy de la Iglesia, Mario Camus o el mismo Vicente Aranda, se atrevieran a escupir a la mano que les daba de comer a base de subvenciones.

Y es en ese contexto, donde surge el mito del "Lute: camina o revienta", una de las mejores muestras de la España pre-BabyBoom, postapocaliptica, (ríase usted de El Día Después, 1982) de ominosa dictadura. La Guerra Civil no fue tanto una guerra al uso de trincheras, si no un asomo hacia el abismo que dominó España casi cuarenta años de cinismo, pobreza, miseria humana y cultural: hipertesticulismo, estos es, por mis cojones.

Y ese es el aura que impera en toda la película, tanto por el robaperas merchero del Lute, que en su trashumancia monteña nos brinda una de las huidas más desesperadas y emocionantes de nuestro cine, como por parte de los lebreles amaestrados por la Ejpaña Vertical: las torturas que el tricorniado se gastaba, (atar un cimbel a los testículos del reo y tirar de él para que escupa una confesión) así como su implacable rastreo, nos muestran que El Lute: Camina o Revienta, nada tiene que envidiar a bodrios como El Fugitivo de Harrison Ford.