Veo “Elefante blanco” que Pedro Trapero (director, escritor y productor) del film, dedica a la memoria del Padre Mújica (un joven sacerdote argentino fundador de la parroquia Cristo Obrero en el asentamiento ilegal Villa 31 que murió asesinado a balazos, después de celebrar misa) cuyo crimen aún no ha sido esclarecido. Me desconcierta el papel de la banda sonora que, en el minuto 8 pasa de una suave música de órgano a una ruidosa orquesta en la escena de la aldea en la selva peruana, y no es hasta el final, cuando comprendo, en la escena del monasterio, que el realizador la emplea para acentuar la confusión y las dudas del sacerdote belga. Salvo eso, la película está vacía de banda sonora, pero llena de realistas planos fijos, acertado sonido, buenas interpretaciones -Ricardo Darín, Jérémie Renier y Martina Gusmán crean unas actuaciones que reflejan adecuadamente el compromiso y lealtad de sus personajes con las gentes del barrio y con sus convicciones-, una apagada fotografía, muchos símbolos y oscuras metáforas visuales, mostrándome que el autor consigue empatizar con los problemas sociales del barrio, la jerarquia eclesiastica, la burocracia, el narcotráfico y la fuerza policial, sin que me haya parecido floja la subtrama amorosa, que justifico como contrapunto al compromiso del padre Julián.