Veo la película japonesa vencedora en Cannes y en la Seminci del año pasado "Una pastelería en Tokio" y no puedo sino alabar el tratamiento que su directora y guionista Naomi Kawase hace la soledad, la tradición, los prejuicios y la enfermedad, en esta adaptación del libro de Durian Sukegawa en el que se narra la historia de Sentaro, el atormentado arrendatario de una pequeña pastelería en Tokio cuya vida dará un giro cuando conozca a Tokue una anciana que le enseña a hacer "anko" (mimando a las alubias azuki) para rellenar los dorayakis. A pesar de las diferencias que nos separan de la cultura japonesa tengo que decir que la belleza de las imágenes de cerezos florecidos, el arriesgado sonido, la emotiva música, las increíbles interpretaciones llenas de silencios y dominadas por las miradas de los actores, el acertado guión con profundas reflexiones acerca del sentido de la vida y la entusiasta fotografía, hacen de esta película un film enriquecedor, emocionante, sensible, meláncolico, evocativo y delicado que me ha enternecido. Muy buena, de 9.