Aun aceptando la enorme desproporción que se daba en el Oeste entre el número de hombres y de mujeres en favor de los primeros, cosa que se dio siempre en territorios objeto de conquista o de colonización, nos parece exagerada la ley que presumible estuvo en vigor en Oregón en la segunda mitad del siglo XIX según la cual cualquier hombre podía reclamar o atrapar cualquier mujer que enviudase. Parafraseando el título de la obra, más parece el límite de lo incierto.
Es lo que le sucede a una joven india que ve ahorcar a su esposo condenado por Gerald Montogomery, cacique déspota y egoísta del lugar, para ir a parar el mismo día a los brazos de uno de sus esbirros. La cinta pues va de venganza, y de ello se ocupará el hermano del muerto, Vincent Quirby (Calhoun), quien de paso se lleva a la bella esposa del malvado, Helena Montgomery (Carlo). Herida esta de un balazo en el hombro, presto acude aquel a examinarla: "Limpiaré la sangre para ver como es la herida. -Es un rasguño". Y así debía ser pues con un simple torniquete y unas compresas de tintura de yodo quedó curado.
Aparecen los elementos clásicos de los westerns de la época, aderezado en esta ocasión con las disputas entre un padre y su hijo, corpulentos mirones reprimidos. Bonita resulta la escena cuando, escuchando una caja de música en el comedor del rico ranchero, ingenuamente pregunta el hijo: "¿Crees que podré aprender a bailar? -Con tiempo hasta los caballos salvajes se doman".
Sin ser nada del otro jueves, se deja ver la obra favorecida por su escasa duración. Por cierto, es el primer western en que el gordo malo (los hay también más flacos) muere entre los cuernos de un toro.