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Voto de Lafuente Estefanía:
7
Western Terminada la Guerra Civil (1861-1864), el soldado confederado Matt Weaver regresa a casa y se encuentra con que su rancho ha sido ocupado por Sam Brewster, el nuevo cacique del pueblo. Ante la actitud violenta del rebelde, Brewster contrata a un pistolero para mantenerlo a raya, pero con esta actitud sólo consigue que los problemas se agraven. (FILMAFFINITY)
16 de octubre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos de acuerdo con las reseñas que consideran extraño este western. Muy extraño. Lo es la llegada recién terminada la guerra del soldado Matt Weaver (Segal) a su pueblo, Pecos (Nuevo Méjico). El único sudista en un pueblo de unionistas, su rancho le fue usurpado por motivos políticos por el cacique del lugar Sam Brewster (Ryder). Para colmo de males su novia (Rule) se ha casado con uno de sus comparsas.
Perseguido por las fuerzas vivas por una muerte en defensa propia, debe esconderse a la espera de la llegada del pistolero que han contratado sus enemigos para matarlo. Se trata de Jules Gaspard d'Estaign (Briner), como deletrea con detalle para que todos se aprendan bien su nombre. Es un mestizo que viste con elegancia, que habla como un Séneca y que describe la situación con la precisión de un cirujano: "Un pueblo que contrata a un pistolero es un gallinero con un solo gallo, algunos capones cebados y varios pollos sin alas". Más claro, agua.
Pero no tiene prisa Jules en cumplir con el encargo que le hacen. Consciente de la cobardía general de todo el vecindario, se recrea en la suerte de humillarlos gratuita y ferozmente. No tiene inconveniente en ganar al póker con cinco reyes en la mano o en arrodillar al mismo Brewster ante un asno. Tampoco en tirarle los tejos a la atormentada exnovia de Matt.
Mientras tanto todos miran espectantes y esperan el desenlace, entre ellos dos ciegos que siempre van juntos de la mano de algún amigo y siempre muertos de la risa por lo que "contemplan". Y el desenlace llega por fin dejando en el camino unos cuantos muertos y en el aire la acusación a la sociedad entera sobre su cobardía que, finalmente, parece querer reaccionar.
Además de esta anécdota de los dos ciegos risueños, no deja de llamar la atención la persencia en el saloon de un banderín con el yugo y las flechas de los Reyes Católicos, sobre dos espadas cruzadas de época. Vemos también la curación de un balazo superficial que se resuelve con un sencillo vendaje.
La cinta es extraña, sí, tiene notables lagunas argumentales, también, pero el dibujo que traza de la personalidad de los principales protagonistas es impecable, lo mismo que su interpretación. Hay momentos de lentitud desesperante, de acuerdo, pero todo el tercio final no tiene ni un segundo de desperdicio mientras se prepara la conclusión del drama. En cualquier caso, una buena película cuya visión recomendamos a los aficionados al western.
Lafuente Estefanía
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