El comienzo promete. Clay Lomax (Peck) abandona la penitenciaría donde ha permanecido siete años por robar un banco. En la despedida tiene ya sus más y sus menos con el alcaide, pues le anuncia que quiere vengar la traición de su compinche.
Siguen dos buenas escenas ferroviarias, la primera la llegada de Clay al pueblo del atraco. La segunda el día siguiente cuando espera la llegada de una amiga que debe traerle 200 dólares que le debe ... y lo que recibe es una niña que puede ser su hija. Tren, revisor, andén, jefe de estación ... impecables todos.
También es de destacar la entrevista con el dueño del saloon, Trooper (Corey), un tullido que anda en silla de ruedas y quiere cobrar por decirle a Clay donde se encuentra el amigo que lo traicionó, Sam Foley (Gregory). "Entonces, ¿qué es lo que quieres? -Pagarte a ti y matarlo a él".
Sabedor Foley de la situación, para protegerse contrata a tres pistoleros, tres auténticos idiotas que constituyen el principal debe de la obra. Una auténtica losa. Lo que parecía una cinta prometedora hasta aquí, se viene abajo de forma estrepitosa por culpa de un guion que permite que tres pistolerillos estrafalarios, Boby Jay (Lyons), Skeeter (Chandler) y Pepe (Serna), arruinen con el papel que les asignan un western bastante digno. Niña incluida, Emma (Gam), con un agudo sentido del humor, "¿Qué se puede esperar de un hombre que cambia de sombrero?"
Un western del subgénero "niños", sí, que no son tan raros.
Idiotas aparte, la película adolece también de cierta lentitud, de poca acción, con personajes solo regularmente perfilados.
Por lo demás, excelente música, ambientación, paisajes, color y fotografía. En cuanto a las interpretaciones, bien Peck y la niña, el resto ya más discreto. Tampoco tiene la culpa el trío susodicho del trabajo que le encomiendan.
Pese a todo, una cinta interesante.