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Voto de Lafuente Estefanía:
8
Drama Un día, a Tom Avery (Martín Sheen), un reputado oftalmólogo viudo, le comunican que su hijo Daniel, con el que nunca ha tenido buenas relaciones, ha muerto en los Pirineos durante un temporal. Tom, desolado, viaja a Francia y, cuando averigua que su hijo estaba haciendo el Camino de Santiago, decide terminar la ruta en su honor. (FILMAFFINITY)
30 de octubre de 2021
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Viajar, desplazarse, ir de un sitio a otro cualquiera que sea el vehículo utilizado es en sí mismo un género cinematográfico. Lo mismo da también el recorrido. Y siempre, siempre, uno ve las cosas de una manera al comienzo y de otra muy distinta al llegar a la meta. Esa es precisamente la esencia del viaje.
Poco importa ya lo que vaya a ocurrir una vez establecidos en el lugar que buscábamos. Lo trascendente ocurre mientras se viaja. Al cine ya no le interesa el resto.
Y eso, lo mismo si se viaja en el tren de "Asesinato en el Orient Express" (Lumet), que en "La Reina de África" (Huston), en la avioneta de "Memorias de África" (Pollack), en la bicicleta de "Que bella es la vida" (Benigni) o en "La Diligencia" (Ford). Por poner solo algunos de los infinitos ejemplos que existen en la filmografía que muestran ese camino interior que experimentan los viajeros que corre paralelo al que los desplaza de un a otro sitio.
Es exactamente lo que ocurre también en "The way", "El camino". La senda milenaria que lleva desde cualquier lugar del mundo a Compostela, el Campo de la Estrella. Camino que emprende un prestigioso médico californiano, Tom Every (Sheen), para dar continuidad al que acababa de empezar su hijo Daniel (Estévez), truncado por un temprano accidente de montaña.
En una decisión sobre la marcha Tom intuye que debe hacerlo por Daniel, que, en cierto modo, se lo debe. "El Camino no solo se hace por uno mismo". Y carga con las cenizas del cadáver para tratar de liberar el peso del remordimiento que siente por su incomprensión, por sus silencios. Nunca quiso bendecir su decisión de viajar a Compostela y a otros lugares del planeta, "La vida no se elige, se vive".
Lo demás es el viaje, los compañeros que se encuentra. Hombre y mujeres como él, cada uno con su propia carga de cenizas. Las relaciones entre ellos, siempre oscilantes según el humor de cada uno y de cada momento, los posaderos, los albergues, las ciudades y pueblos.
Anécdotas aparte, llamativo el encuentro con los gitanos burgaleses, "Nuestros hijos tienen lo mejor y lo peor de nosotros", queda muy claro que no solo se trata de "Un paseo muy largo" (800 km.), que de vez en cuando hay que detenerse "para oler las flores", para pensar, para pensarse ...
Pero por encima de todo está el viaje íntimo y personal de cada caminante, no el aparente de adelgazar, dejar de fumar o buscar la inspiración creativa. Es algo espiritual como solo se comprende al final de la ruta.
Y si el tema trata de los remordimientos de una compleja relación entre un padre y su hijo tras la muerte de este, no deja de resultar significativo que, en el revés de la trama, en la misma pantalla, nos encontremos a un hijo (Estévez) dirigiendo a su propio padre (Sheen) y actuando junto a él. Por cierto, extraordinaria la interpretación de Sheen. ¿Les habrá afectado también a ellos en lo personal recorrer juntos ese camino?
Al margen del evidente tufo promocional y publicitario del Camino de Santiago, al margen de la preciosa colección de postales del mejor arte y de los paisajes españoles, queda el viaje de un hombre con la vida de su hijo cargada en la mochila. Una vida que poco a poco va dejando espolvoreada en los rincones más íntimos del trayecto.
Preciosa e intimista película que recomendamos vivamente.
Lafuente Estefanía
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