Si nos centramos en el "cómo", la película tiene mucho mérito. Ya habrán leido en muchos sitios la pericia de Iñárritu en rodar toda la película como si fuera un sólo plano-secuencia, con algunos trucos, claro está, para explicitar el paso de un día a otro en la narración (algunos muy ingeniosos). Así, la cámara se pega a la chepa del actor mientras anda de aquí para allá por entre los pasillos estrechos y las tramoyas de un teatro de Broadway. Toda una lección de escenografía y alardeo de la técnica cinematográfica.
Si nos centramos en el "qué" la cosa ya pierde un poco, porque la historia que al principio despierta nuestro interés, va decayendo especialmente a partir de su ecuador, sin saber muy bien si el desenlace que nos espera será el adecuado o una tomadura de pelo. Véanlo y decidan si el film hubiera sido mucho mejor si hubiese acabado 10 minutos antes de lo que lo hace.
Si nos centramos en el "quién", obviamente esta película ha llegado adonde ha llegado por la interpretación de Michael Keaton. A nadie se le escapa la retranca de que se haga referencia a un actor acabado que años atrás había sido celebérrimo interpretando a un superhéroe alado (por si hay alguien en el universo que no lo sabe, Keaton fue el Batman de Tim Burton allá por los noventa, en la primera resurrección del mito antes de la actual de Christopher Nolan). Lo cual me llega a preguntar qué habría sido de este film si se hubiese elegido como protagonista a otro actor cualquiera. Dudo que el proyecto se hubiera ejecutado si Keaton no hubiera estado disponible.