"El código Da Vinci", primera piedra dentro de la trilogía cinematográfica basada en las novelas de Dan Brown, es uno de los blockbusters más atípicos y extraños que me he llevado a la boca. Ron Howard entrega un producto con obvio esquema de película de aventuras que, por contra, se siente más cómodo y transmite más seguridad cuando, precisamente, huye de la aventura pura y dura. Su refugio es la oratoria, aunque su protagonista defienda aquello de «vale más una imagen que mil palabras». Robert Langdon es más de desentrañar el misterio de turno desde el discurso argumentado sin prisa pero sin pausa, para eso es conferenciante, que desde el correcalles de set-pieces frenéticas de acción. Por todo ello, al final, a "El código Da Vinci" le acaba quedando un cuerpo cuanto menos peculiar, aunque efectivo en gran medida.
Ese renunciar (sin renunciar) de "El código Da Vinci" a los covencionalismos del género y del etiquetado deriva, en no pocas ocasiones, en vías muertas. Por ejemplo, un absolutamente fuera de lugar e inefectivo tercer acto, a modo casi de clímax de acción. Un falso cenit que acaba convirtiendo a gran parte de los secundarios en vulgares clichés con patas, avinagrando la historia. O una duración no demasiado acorde para el modelo de película que escoge Ron Howard.
Aunque "El código Da Vinci" supuso el debut en la gran pantalla para el Robert Langdon de Tom Hanks, en las novelas de Dan Brown esta fue la segunda aventura del personaje. Su debut literario fue en el año 2000 en «Ángeles y demonios», que cinematográficamente hablando supuso la segunda aventura para Langdon. El cambio imagino que fue para aprovechar al máximo el petardazo mediático que pegó la segunda novela en 2003, muy superior al de su predecesora. De esa manera "El código Da Vinci" llegó a las carteleras muy apegada al fenómeno literario y en plena fiebre lectora por las conspiraciones. Cosa que a la postre benefició enormemente al film de Ron Howard. Su buen reparto también ayudó, que duda cabe. Aunque algunos de ellos acabasen desaprovechados. Lo que está claro es que el llamado boca a oreja, vistas las extrañas formas del producto, no le iba a jugar muy a favor. Así que arriesgaron a otra carta, y acertaron.
En definitiva, a pesar de los pesares siempre reviso con gusto "El código Da Vinci".