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Voto de GonzaloyGracias:
7
Drama Sentaro tiene una pequeña pastelería en Tokio en la que sirve dorayakis (pastelitos rellenos de una salsa llamada "an"). Cuando una simpática anciana se ofrece a ayudarle, él accede de mala gana, pero ella le demuestra que tiene un don especial para hacer "an". Gracias a su receta secreta, el pequeño negocio comienza a prosperar. Con el paso del tiempo, Sentaro y la anciana abrirán sus corazones para confiarse sus viejas heridas. (FILMAFFINITY) [+]
9 de diciembre de 2015
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una pastelería en Tokio (An) de Naomi Kawase nos presenta a tres personajes solitarios, desarraigados, que confluyen en una pequeña tienda que vende un dulce japonés llamado “doriyaki”. El pastelero es un hombre que vive solo, sin familia ni amigos, y que parece purgar errores de su pasado. Una de sus más asiduas clientes es una adolescente que se siente apartada tanto de las preocupaciones habituales de sus compañeras de instituto como de su familia. Y finalmente el tercer personaje es una anciana con las manos deformes que busca trabajo y quiere ser contratada por el pastelero casi como un favor, pues el salario no es lo que más le importa. La pastelería se convierte en un refugio para los tres cuando el repostero descubre que la anciana de las manos deformes hace unos “doriyakis” extraordinarios y acaba aceptando su ofrecimiento. Esta comunión sencilla entre tres seres al borde de ese abismo que es siempre la vida, va a ser rota por la maldad ajena y por la torpeza propia.
El cine de Naomi Kawase bebe en la tradición del cine japonés clásico (Ozu, Mizoguchi) y tiene vocación zen. Hace pocos meses podíamos ver su aproximación a la muerte en Aguas tranquilas, como aquí lo hace a la soledad y a la solidaridad entre los solitarios y los apaleados que no sucumben al rencor. La anciana de las manos deformes -emocionada interpretación de la actriz Kirin Kiki-, busca la perfección y la utilidad en la elaboración de un dulce, escuchando a las “humildes” alubias rojas con las que se hace el dulce y, por ende, a la naturaleza.
Película hermosa y emotiva, que no tiene miedo a expresar el dolor que produce la pérdida de la belleza, en esta ocasión transfigurada en esa anciana de las manos deformes -en un momento de la película nos enteramos de la terrible causa que provoca esa deformidad-, pero con sonrisa de santidad, en busca de un trabajo redentor y que posee un saber especial: hacer uno de los mejores “doriyakis” de Tokio. Como dice la anciana, la vida quizá no tenga sentido, pero cada una de nuestras vidas sí tiene significado: el que queramos darla.
GonzaloyGracias
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