Se han hecho muchísimas películas sobre el holocausto nazi pero muy pocas se han realizado que tengan esta crudeza y una violencia que no puede ser aguantada por cualquiera.
El film nos cuenta la vida en un campo de concentración de unos comandos de judíos que ayudaban a los nazis a deshacerse de los cuerpos en los crematorios y su conato de rebelión que sirvió para destrozar algunos de estos hornos de la vergüenza. Pero la película es mucho más. Es un análisis de la condición humana, de la ruindad que se cobija en todos los corazones y que nos hace realizar actos inimaginables en según qué momento. El mejor momento de la película es cuando el personaje de David Arquette habla de todo esto con la niña que han descubierto y quieren salvar y explica que nadie sabe lo que haría en según qué circunstancias. El miedo puede hacer que el ser humano se comporte como un ser despreciable y que cometa actos deleznables y ruines.
Este es el mensaje principal del film y es increíblemente duro pero no por ello menos verdadero. También habla de la redención. Estas personas demuestran que aún tienen humanidad al jugársela para salvar una vida y así demostrar que su existencia y su dolor tiene algún sentido y demostrarse a sí mismos que aún siguen siendo seres humanos aunque hayan sido tratados como ganado.
Una película dura, emocionalmente implacable, pesimista y trágica, pero que evita las imágenes de disparos en la cabeza y sangre a espuertas. Se ven miles de muertes pero Tim Blake Nelson, en una sabia decisión, no quiere que eso nos distraiga, que la sangre nos entretenga, quiere que tomemos conciencia (por si hay algún inepto que no lo haya hecho ya) de que los nazis han sido la lacra más despreciable que hayamos tenido la desgracia de sufrir, que no olvidemos el horror de las acciones tan deleznables que cometieron y que recordemos que el ser humano es el ser más cruel de los que habitan este planeta.