Si hace unas semanas hablábamos de las virtudes de la última adaptación al cine de una novela de Federico Moccia, ahora nos encontramos con una nueva cinta de corte romántico que no solamente posee estos atributos, sino muchos más.
No solo es la mejor cinta de su género del verano, también muy probablemente sea una de las mejores del año.
Su principal baza, una Shailene Woodley absolutamente adorable, una actriz a la que ya vimos en la insípida “Divergente” y que aquí demuestra un carisma muy alejado de la indiferencia que mostraba en el primer capítulo de dicha saga.
El espectador que se deje atrapar con su lado emocional, la va a querer tener como vecina, como amiga o como novia. Hay una empatía poco habitual en el cine actual con los personajes, pero en este caso vivirás con ellos, viajarás con ellos y lo que es más importante, reirás y sufrirás con ellos.
No es la primera vez que se hace algo similar con el tema del cáncer, aquí en España ya hemos visto notables ejemplos en el universo creado por Albert Espinosa en la película “Planta 4” y en su posterior serie “Polseres Vermelles” de la televisión catalana.
Amar por encima de todo independientemente de tu destino, de tus años de vida y de la enfermedad de la persona que tienes a tu lado. Amar y aprovechar el tiempo que nos queda juntos.
El desarrollo del film culmina en su tramo intermedio en un viaje a la capital holandesa. Los momentos en las calles y en los canales destilan nostalgia, abren tus poros más íntimos, y dejan escapar tu corazón como pocas películas logran. Sus rincones están magistralmente fotografíados.
Lástima que la magia se rompa con un histriónico Williem Dafoe, cuya presencia quizás necesaria como motor que une a la pareja, sí que resulta un tanto molesta en el tono general de la historia.
Esta película es de esas en las que uno desea volver a su juventud. Un bello mensaje que se aleja del estereotipo del adolescente actual y que muestra con gran exactitud el amor que mueve por encima de todo a la condición humana.