'La consagración de la primavera' (2022, Fernando Franco) supone la consagración en mi inventario personal e íntimo de la punta de lanza entre los directores -para mí, el propio Franco, Jaime Rosales y, abriéndome al formato casi documental, Carla Simón- que mejor se posicionan para tomar en mano un legado cinematografico -el de Erice- que sigue sosteniéndose en la virtud de, con aparentemente menos recursos y herramientas para su exposición narrativa, dar algo que es infinitamente más fértil a lo cosechado por un puñado de realizadores coetáneos que reproducen la misma forma de dirigir (esa, aproximadamente, media docena de cortometrajistas que debutan en formato largo cada año), ¿es lícito llamarlo naturalismo minimalista?
Casi como si ocurriese en un mismo tiempo que la impronta temática de su director empieza a desgajarse del miedo al final ('Morir'), o del sentimiento autodestructivo ('La Herida'), va sumergiéndose, como sus coprotagonistas Emma Suárez y Telmo Irureta -actor con una discapacidad auténtica, a distinción de John Hawkes en 'Las sesiones'- a un sentimiento de vitalismo y esperanza del brazo de un descubrimiento, el de la luminosa y encorazonada debutante (en el cine) Valèria Sorolla encargándose de atender -física y sentimentalmente- a un joven con parálisis cerebral que vive con su madre.
Ah sí, en la peli sale un colegio mayor, en el que la protagonista reside. Pero no nos rasguemos las vestiduras, que no van los tiros por donde recientemente nos haría pensar dicho emplazamiento: lo cierto es que, paradójicamente, ha de ser un refugio para los "peligros carnales" acechantes en la capital para Laura, una estudiante de Química de educación conservadora.
Un soplo de vida en la cartelera, para el nuevo cine español e, insisto, para la trayectoria de un ya no prometedor Franco que está plenamente consagrado.
Por fin puedo exclamar esto en público sin sentir remordimientos ni caer en la más minima sensación de culpa:
¡Arriba Franco!