Para que ustedes se hagan cargo del nivel: a los diez minutos de película una unidad militar de rangers, liderada por Mila Jovovich, es sorprendida por un enjambre de arácnidos gigantes. Una de las criaturas ensarta como un espeto gaditano a Jovovich, que es lanzada por los aires para caer al suelo inerte. Sus compañeros intentan una reanimación cardiopulmonar, pero la desesperada situación les obliga a huir del lugar, dando por muerta a su jefa.

Abandonada en mitad de un páramo, nuestra protagonista abre los ojos aturdida, se levanta, se sacude el polvo y se pone a caminar. Ni rastro de las graves heridas (mortales sin duda) sufridas hace unas horas. Todo OK. Que prosiga la aventura.

La virtud de Paul WS Anderson no es precisamente la sutileza. Ni falta que le hace. El director, como ya hiciera en la saga "Resident Evil", ofrece acción sin freno, en un refrito de géneros en el que caben zombies, artes marciales y alta tecnología. Desde "Parque Jurásico" el género fantástico vive una nueva época dorada gracias a las posibilidades que ofrecen los efectos digitales. Tras la senda de maestros del espectáculo hiperbólico como Michael Bay o Roland Emmerich, Anderson maximiza los recursos digitales para inventar mundos imposibles, desafiando la frontera del buen gusto. El objetivo es la saturación de los sentidos con intensas dosis de estética hortera, sonido atronador y la adrenalina de un climax perpetuo que anula toda reflexión. Mila Jovovich puede morir y resucitar las veces que haga falta porque esto no es una película. Es un videojuego.