Esta película es un blockbuster con todas las letras, de esos que se disfrutan en la pantalla grande del cine. Y como todo blockbuster que se precie, su estrategia se basa en una acción desmedida y espectacular sobre todas las cosas. Y también en una idea inicial: el futuro de la Humanidad depende de nosotros. Pero tranquilos, no se trata de un eslogan contra el cambio climático, nada más lejos de la realidad.

El resto, aquello de desarrollar personajes o argumento, parece que cada vez importa menos en este tipo de películas, y hasta cierto punto el espectador, ávido de explosiones, luchas imposibles y piruetas varias, es capaz de entender que esa no es la misión de la película. Sin embargo, una cosa es hacer concesiones para pasarlo bien, y otra distinta es que constantemente te asalten preguntas como por qué alguien no hace tal cosa; o por qué no se les ha ocurrido pensar tal otra.

Responder a estas preguntas con sentido común modificaría todo el diseño que la historia tiene preparado para nosotros, algo a lo que “La guerra del mañana” no está dispuesta. Su solución para estas dudas hace que el castillo de naipes se vaya desmoronando según avanza la trama. Esto se nota especialmente cuando sorprende lo mucho que les cuesta a los protagonistas conseguir algo en alguna ocasión, y lo rápido y sencillo que lo consiguen en otros momentos, sobre todo desde que Pratt aparece en escena. Deberían haberle reclutado mucho antes.

Más allá de que el guion podría haber tenido un mejor y más acertado tratamiento de desarrollo y sentido común, la acción merece bastante la pena. Hemos visto peores alienígenas, eso seguro. Las criaturas se mueven bien, son aterradoras y en general convencen. Y en cuanto al reparto, tampoco hay mucho que objetar para el limitado desarrollo que tienen. Algunos viven más tiempo, otros menos, y hay una trama que le da consistencia al guion y un objetivo al protagonista: un Pratt al que, viendo su trayectoria, si le quitan el croma de delante se sentirá bastante perdido.

“La guerra del mañana” tiene muy clara su misión, y con un ritmo alto que decae en muy pocas ocasiones, es capaz de entretener y mantener pegado a la butaca a todo aquel espectador que no le pida más al producto y deje aparcado el sentido común durante sus algo más de dos horas.