Todo comienza con la secuencia de un tsunami. Son unas imágenes potentes e impactantes que por sí solas son un gran reclamo para aquel que busque acción, pero que serán insuficientes para aquel que solo busque eso.

Esta nueva entrega de Eastwood es una de las más comerciales de su carrera, y en ella deja el alma a un lado y entra solamente en el terreno sentimental y sensible. Intenta explorar la relación con la muerte desde diferentes puntos de vista y cómo le afecta a cada personaje sin empatizar demasiado con el espectador. Se limita a dejar claro lo que quiere decir, pero no se preocupa en exceso porque nosotros lo entendamos.

Y para plasmar su historia, se vale de la gran labor de un Damon que si que cree en lo que hace. Su papel de atormentado parapsicólogo transmite lo que necesitamos sentir y podemos confiar en él al igual hacen que otros personajes. Contar con él no solo es un reclamo para la taquilla, sino también una garantía de enorme trabajo.

A pesar de que a veces roza el melodrama oportunista, la dirección del director siempre se hace notar. Seguramente no nos hará olvidar que hay un Eastwood mejor, más perfeccionista y escrupuloso, pero nos dejará con las ganas de ver su próximo proyecto.