Todas las películas que me han maravillado han sido descubrimientos, me explico: la primera vez que las vi lo hice sin expectativas ni prejuicios lógicamente, pues no sabía de su existencia. Por esa razón no pongo mucho entusiasmo cuando recomiendo a alguien una película especialmente valorada por mí. Esta que nos ocupa es sin duda una de ellas.
Un trasnochado detective privado recibe el encargo de encontrar a un hombre que al parecer debe saldar una deuda con su cliente. A partir de ahí el espectador y el detective viajan en un mismo destartalado vagón de tren, y el despiadado maquinista (Alan Parker) no deja de acelerar la locomotora, que desciende por un paisaje misterioso y muy bien ambientado.
Banda sonora y fotografía contribuyen desde luego al vertiginoso viaje, cuyo final, el desgraciado investigador y nosotros tememos y deseamos al mismo tiempo.