Uno no ve lo que no quiere ver, uno sólo ve lo que confirma la idea que tenemos del mundo. Esto vendría a resumir este documental que puede tomarse también como ficción sobrecogedora por su disección inmisericorde de una patología irredenta: el mentiroso contumaz.

Construirse una biografía y elaborarse una vida a fuerza de suplantar la vida de otros, ya sea por rechazo de la propia o por huida o por pura desesperación. Esto es lo que explora esta intensa cinta que tanto podría ser un documental inquebrantable como una ficción desaforada. Pero lo que está claro es que todos parecemos abocados a rehuir la verdad, a no querer vivir la evidencia, a refugiarnos en paraísos más benignos y acogedores. La mayoría de las veces, los sinsabores del presente son un machetazo demasiado cruel como para que podamos sobrevivir. Y por eso huimos al mundo de la fantasía o de la mentira piadosa, sin discernimiento, ni culpa, ni remordimiento.

Más allá de lo que la película muestra (apasionante, lleno de interés, muy bien narrado y con un ritmo excelente), late otra película más que clama por ser desvelada o abordada en otro momento: ¿cómo es que alguien ha tenido o tiene una vida, una infancia tan penosa, tan infeliz, tan trágica que daría cualquier cosa por suplantar a otros niños o adolescentes con tal de abandonar su ‘yo’ dolorido? Porque la tragedia se bifurca en dos: el dolor de una familia que ha padecido la desaparición de un ser querido y que tres años después soporta (¿resignada?, ¿ilusionada?, ¿ciega?) la aparición de un impostor al que acogen y cobijan como si tuvieran que expiar alguna culpa indescifrable.

Cinta muy buena y muy recomendable que bucea en las complejidades de las relaciones sociales y personales del presente. Es un mazazo que perdura más allá de su visionado. Una sorpresa gratificante y dolorosa.