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Voto de antonalva:
7
Drama En Berlín, Oren, un ingeniero constructor israelí, se encapricha del pastelero Thomas. El romance ni siquiera parece haber empezado cuando Thomas descubre que Oren ha muerto en un accidente de coche en Jerusalén. Thomas viaja allí sin saber exactamente qué es lo que está buscando. Descubre que la mujer de Oren, Anat, es propietaria de un café, y esta le ofrece a Thomas un empleo de lo más básico, consistente en limpiar y fregar cacharros. (FILMAFFINITY) [+]
18 de junio de 2018
37 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces, cuando leemos la sinopsis de una película tenemos la impresión que su contenido bordea el ridículo o transita la delgada frontera entre lo aceptable y lo inverosímil. Pero luego, cuando visionamos la cinta, nos llevamos una sorpresa al comprobar que estamos asistiendo a un ejercicio de equilibrio entre lo increíble y lo posible, configurando un mundo lleno de recovecos intransitados que nos iluminan recodos brumosos e inexplorados del alma humana, convirtiéndonos en personas más complejas y completas de lo que pudiéramos imaginar. Esto es el caso de este filme germano-israelí que nos adentra en un raro entramado de amores y querencias que nos permite alcanzar la cuadratura del círculo, asistiendo a un relato lleno de sutiles recetas que nos sorprenden a cada paso.

Estamos ante un inusual triángulo amoroso donde el tercer vértice permanece oculto durante el metraje y, sin embargo, está presente durante el paciente y medido horneado que presenciamos. Dos hombres, una mujer y un hombre, un hombre y una mujer. Variaciones sobre un mismo tema que van moldeando una bollería íntima e insondable donde lo más relevante ocurre fuera de campo (un accidente mortal, la discusión de un matrimonio que se resquebraja, la – ¿reconciliación? – improbable de unos enamorados, los numerosos viajes que jalonan el recorrido) pero en todo momento tememos que el paciente equilibrio del apunte o esbozo se interrumpa y malogre por la intransigencia o por los prejuicios o por el fanatismo trasnochado de unos pocos… o de nosotros mismos. Los lugares adquieren así la simbología del refugio, del hogar, de la calidez y del amparo; las personas nos limitamos a ser el vehículo a través del cual se manifiesta el amor.

Quien quiera paladear certezas o verdades absolutas se equivocará de elección. Aquí no asistimos a la enésima copia de lo ya conocido, sino que se nos propone ir amasando unos ingredientes fértiles y novedosos donde debemos desnudarnos con humildad y deferencia de todos nuestros tabúes y convencionalismos para adentrarnos en la espesura de la vida, con sus lamparones, sus yerros, sus embustes y sus suciedades. Quizás no alcancemos a degustar – ni tan siquiera a vislumbrar – la felicidad, pero al menos nos habremos atrevido a emprender un camino que nos hará más sabios o más comprensivos o más respetuosos. No caben soluciones o respuestas sencillas ante problemas complejos: solo nos queda emprender un viaje que quizás nos lleve a Ítaca o quizás al infortunio.

Sarah Adler es una actriz soberbia y en su rostro se entrelazan el desconsuelo y la esperanza. Y el impertérrito semblante de Tim Kalkhof nos proporciona una caja de resonancia admirable donde escrutar la complejidad de la existencia. Exiguos mimbres para una exquisita golosina.
antonalva
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