Y suavemente, con una lenta grúa, la cámara se eleva de noche sobre una calle húmeda de Chinatown en Los Angeles poniendo fin a esta trágica y melancólica obra maestra, cumbre en la estimulante carrera de Roman Polanski y clásico inolvidable de todos los tiempos. Con un guion perfecto de Robert Towne –que se llevó de calle el Oscar-, una ambientación excepcional, un excelente trabajo de actores -nunca Jack Nicholson, increíblemente comedido y sin agotadoras gesticulaciones y muecas, rayó a tan gran altura; nunca Faye Dunaway, lángida y soberbia, hizo papel más triste-, un ritmo sereno pero intenso, y los acertados subrayados musicales de Jerry Goldsmith, esta película posee la grandeza narrativa de las grandes películas de antaño, pero sin deberles nada y se construye a sí misma como homenaje y monumento al mismo tiempo al cine negro. John Huston, director de “El halcón maltes” (1941) o “La jungla de asfalto” (1950), en un tenebroso papel, contribuye a esta ilustre y eternamente joven maravilla cinematográfica.