Serie divertidísima, que da mucho más de lo que promete. La premisa -un falso documental que sigue las andanzas de cuatro vampiros que comparten casa-, tiene su origen en una película de 2014, pero resulta infinitamente superior a ella. Los guionistas realizan una labor encomiable, evitando repetirse, sin dejar de sorprender con el paso de las temporadas. Uno se encariña con los personajes, protagonistas y secundarios, disfruta con su desarrollo, sigue con atención las tramas, sonríe con las ocurrencias, agradece los cameos.

No hace falta ser un estudioso del mundo vampírico para apreciar el producto. Los actores están especialmente dotados para la comedia, verlos y oírlos supone una auténtico goce. Hay ideas excelentes, como la del vampiro energético, Colin Robinson, un tipo cuya sola presencia ya justifica el visionado; y hay también momentos extrañamente entrañables, ridículamente encantadores. Cómo no querer al bueno de Guillermo, a la cruel Nadja, al depravado de Laszlo, a Nandor "el implacable".

Es una droga que prefiero consumir en pequeñas dosis, saboreando sus muchos aciertos, valorando los detalles. Nunca olvidaré el episodio en que Colin se enfrenta a su némesis, una vampiro emocional, o aquel en que le ascienden en el trabajo, o cuando Laszlo se convierte en el gran Jackie Daytona. Y me reí como hacía tiempo que no me reía con el capítulo en que intentan que admitan a cierto niño en un colegio privado.

"Lo que hacemos en las sombras" es rara, especial y cautivadora. Un placer sangriento para almas inmortales.