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Voto de La mirada de Ulises:
6
Comedia. Romance Sabrina Fairchild (Julia Ormond), la hija del chófer de la acaudalada familia de los Larrabee, desde niña se sintió fascinada por los hermanos Larrabee, especialmente por David. Convertida ya en una jovencita, gracias a los ahorros de su padre, se va a París. Cuando regresa a Estados Unidos, se ha transformado en una bella y sofisticada joven que deslumbra a David hasta tal punto que está dispuesto a romper su compromiso matrimonial con ... [+]
14 de mayo de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Siempre nos quedará París", le dijo Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en "Casablanca" (Michael Curtiz, 1942)... con la vista puesta en el pasado. Y, de alguna manera, también se lo dijo a Audrey Hepburn en "Sabrina" (Billy Wilder, 1954), en este caso mirando al futuro. ¿Qué tendrá París?. En la versión que dirigiera Sidney Pollack en 1995, "Sabrina (y sus amores)", vemos cómo Julia Ormond vuelve a soñar con la ciudad del Sena y arrastra a Harrison Ford en su aventura romántica. Es ella quien nos descubre el secreto de París: allí la gente sabe vivir, sabe aparcar el trabajo en un momento dado para disfrutar. Eso es lo que aprende en su primer viaje huyendo de David Larrabee, y lo que suponemos que revive en el segundo junto a Linus Larrabee. Parece que la historia se repite, pero no es exactamente así... porque ella ha madurado y él también. Sabrina no es ya la jovencita idealista que vivía en un cuento de hadas, quizá subida a un árbol desde el que admirar a su David. Tampoco Linus es el implacable y exitoso hombre de negocios que "vive en la vida real" y siempre está dispuesto para una lucrativa operación financiera.

Pero, ¿qué han visto Linus y David en Sabrina, cuando ésta vuelve de París y ambos reparan por fin en ella? ¿Quizá la hermosura que su nuevo corte de pelo deja ver? ¿Quizá los modos sofisticados de desenvolverse que ha aprendido en la capital de la moda? Efectivamente, parece que David se siente fascinado por esa nueva belleza, de la misma manera que tantas veces se sintió atraído por tantas mujeres a las que llevaba al invernadero con una botella de champán. Sin embargo, lo que termina deslumbrando a Linus es más bien su honestidad, el aire fresco que trae a una familia acostumbrada a tener todo lo que se proponía... costase lo que costase. Ella es una chica que no se deja comprar por un millón de dólares, que no se deja besar en un peligroso juego de afectos, que no permite que se la instrumentalice en un negocio empresarial. Ella, además, despierta el amor a la vida en Linus e, indirectamente, también en David. La hija del chófer demostrará tener una clase que dista mucho de la que se puede adquirir con dinero: como dice el chófer, ni Linus ni David se la merecen... pero siempre hay una segunda oportunidad y siempre se puede cambiar ante la ida, sobre todo si media el amor.

Centrándonos en la película de Pollack -solo correcta porque la sombra de Wilder era demasiado alargada-, es necesario resaltar la interpretación de Harrison Ford como hombre muy seguro de sí mismo pero que se resquebraja, y la de Julia Ormond como mujer luminosa que deslumbra desde su inocencia y discreción. Pero sobre todo, pienso que conviene destacar los trabajos de dos secundarios como son Nancy Marchand y John Wood, que dan vida respectivamente a la madre de los Larrabee y al padre de Sabrina: son el sentido común y el saber estar, y sus intervenciones en la trama no tienen desperdicio. Siempre parecen estar de vuelta de todo, y su actitud indica que la vida les ha enseñado a no sorprenderse a de nada... y a dejar que el tiempo haga su trabajo. Conocen a sus hijos y les quieren, y saben lo que se puede esperar de ellos... y por eso confían en que sabrán rectificar y hacer buen uso de su libertad.

La historia es conocida y Pollack no hace sino actualizar los escenarios y las costumbres, darle un poco de color a las escenas... pero qué bien le sentaba el blanco y negro a Audrey Hepburn y a Humphrey Bogart, qué dulzura y fragilidad transmitía ella y qué aplomo y seguridad él, y también qué encanto tenía esa pista de tenis un tanto desvencijada por el tiempo. En cualquier caso, en ambas versiones encontramos todo el romanticismo necesario para enderezar unos renglones torcidos y traer el cielo a la tierra... para seguir siendo personas que vivan la vida real sin perder la hermosura de los sueños. Y eso hace que París case bien con el mundo práctico, que Sabrina y Linus puedan convertirse en un matrimonio bien avenido, y que él pueda al final repetir eso que dice el poema de que "Sálvame, hermosa Sabrina, solo tú puedes hacerlo".
La mirada de Ulises
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