La premisa es muy sencilla: dos jóvenes soldados deben entregar un mensaje en mano antes de que un batallón abra ataque contra el ejército alemán y así evitar una catástrofe.

Teniendo en cuenta la cantidad de películas bélicas que ya se han hecho, puede parecer que una historia así no tenga nada de especial para sobresalir entre las demás. Sin duda, una vez establecido el objetivo de estos soldados la audiencia quiere saber si lo lograrán o no, pero esto no bastaría para hacer de esta historia una que quede para el recuerdo. Es aquí donde destaca el ya famoso plano secuencia que hace que parezca que los acontecimientos se nos presentan en una sola toma y a tiempo real.

En efecto, Sam Mendes y todo el equipo que ha trabajado para llevar a cabo este proyecto consiguen que la audiencia sienta que está en el mismísimo campo de batalla viviendo la experiencia con los protagonistas, sufriendo las desgracias junto a ellos y comiéndose las uñas de angustia. Es evidente que para que este estilo narrativo resulte exitoso debe haber horas y horas de ensayo, pero una apenas se da cuenta de que hay una cámara grabando y de que todo lo que ve está meticulosamente coreografiado hasta el más mínimo detalle. Todo lo que transcurre en pantalla parece de lo más natural y, por ello, el trabajo técnico que hay detrás de esta obra es merecedor de todas las alabanzas. A esto deben sumarse las increíbles actuaciones del elenco, especialmente la del estupendísimo George MacKay, que carga con todo el peso de la película y cumple con creces su trabajo.

La de 1917 no es una historia especialmente original, pero es cómo se nos cuenta lo que la distingue amplia y merecidamente del resto.