Varias son las gracias y los halos con los que se cubre la película: un mosaico variado, pero diverso y plausible que muestra que la política, el sexo, la muerte y el amor conviven en los mismos seres, en las mismas personas. Una película que ejemplifica, indica, señala y comparte unas situaciones, unas circunstancias, atemporales y las dignifica para entender que los mensajes a veces son necesarios. Visualmente es merecedora de aplauso, la mezcla de sinergias metafóricas, las transiciones parabólicas, esa mezcla de cadencias con las luces que busca lo ínfimo en la perplejidad del momento, en la muchedumbre insignificante, hace que amemos el detalle específico de cada plano. Ese zoom al problema, metáfora del 'quid' del film ejerce de constante en la película, marcando la idea de focalización. Todo es una guerra de mensajes que el guion se encarga de diseminar, con pequeños momentos de intensidad dramática, que conviven como las dos caras de la misma moneda... todo es coetáneo, multicausal pero en el mismo concepto. A veces una música no se diluye de una vida, una imagen no se disocia de un momento. Robin Campillo los une, les da forma, los moldea y los presenta acorde a una estética y una formalidad adecuada pero sin encasillar.