La facilidad con que la película describe una drástica forma de sentir y de vivir estremece al espectador. La grandeza con que Ozon narra el hastío, la falta de moral y raciocinio debido a la opulenta vida no sólo material sino espiritual, engrandece a un guión lleno de intencionalidad que sin percatarnos nos atrae y nos desgarra el alma.
La contraposición, o a veces yuxtaposición, de tres pilares básicos teje la base de una historia estremecedora: la falta de principios, la ingenuidad y la opulencia rebasan los límites del raciocinio. El toque definitivo, la forma de enlazarlo con sutileza, con gracejo hasta en la elección de la banda sonora. La actriz imprime en su mirada la inocencia suficiente como para cortar el deseo. Vemos crecer en su mirada el despertar sexual, pero no vemos la madurez que conlleva. Gran actuación también la de Frédèric, que contrapone su inteligencia a la de Marine y desarrolla la parte madura de la protagonista, haciéndonos ver la moralina que crece en nosotros al vernos desde fuera, vernos desde el otro yo, sin percatarnos de ello.