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Joven y bonita

Drama Isabelle, una hermosa joven de 17 años que pertenece a una familia de clase alta de París, parece tener el mundo a sus pies. Pero tras un verano en el que la pérdida de la virginidad le resulta decepcionante, un viaje de autodescubrimiento sexual la embarcará a partir del otoño en una doble vida: estudiante de día y prostituta de lujo por las tardes. Esta es su historia, a través de cuatro estaciones y cuatro canciones. (FILMAFFINITY)
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Críticas 82
Críticas ordenadas por utilidad
3 de octubre de 2013
87 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
François Ozon vuelve a interesarse por la adolescencia y el choque que se produce entre el mundo de los jóvenes y de los adultos. Joven y bonita llega después de su cinta más celebrada, En la casa, y lejos de decepcionar revela a un Ozon más refinado, más seguro como narrador y más provocador que nunca. La eterna sensibilidad e identificación femenina del director le lleva a acercarnos la historia de Isabelle, una chica de dieciséis años que tras tener su primera experiencia sexual acaba prostituyéndose en hoteles de lujo. Lo que en otras manos sería una invitación a la inmoralidad y a lo rocambolesco, Joven y bonita combina la sórdido con lo delicado y amplía su discurso hasta ofrecernos un bello retrato de la sexualidad y los tabúes de una sociedad mojigata.

Ozon dispone el relato en cuatro partes o estaciones del año: el verano coincide con el primer contacto sexual, con la familiarización de lo prohibido y la desinhibición que acompaña al calor; el otoño es el momento en que Isabelle se mete de lleno en su papel de chica de compañía y disfruta de la rutina y el riesgo que implica su inusitada dedicación; el invierno es el tiempo de la reclusión, y a la caída de las hojas se desvela también el secreto de Isabelle, abriendo un cisma en el seno familiar; y finalmente llegamos a la primavera, que puede entenderse como el regreso de un tiempo cíclico o bien el final de etapa de una Isabelle que ha sabido reconducir su incontenible hambre de sexo. Todos esos tiempos son también el retrato de distintas mujeres: al principio, Isabelle pasa de niña a mujer para posteriormente explotar toda su carnalidad con otros hombres a cambio de dinero, y finalmente esa historia tiene serias repercusiones tanto en la madre de Isabelle como en la esposa de uno de los clientes de la chica.

Ozon no juzga a su protagonista, no explicita los condicionantes personales y externos que han podido llevar al personaje a cruzar la frontera del voyeurismo, no reconduce su historia hacia determinada gratuidad o reflexión concreta, ni tan siquiera ofrece asideros para leer el film en una única dirección: de ahí surge la ambigua y subyugante belleza de una película cargada de melancolía que tras su chocante premisa esconde una oda a la mujer. Ningún otro cineasta a excepción de Almodóvar juega tan bien con los extremos y sale tan victorioso como Ozon. En Cannes se habló de film menor, pero Joven y bonita es la consagración de un autor y de una peculiar forma de acercarse a los entresijos femeninos tanto a nivel plástico como emocional. Una gran película.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
Xavier Vidal
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8 de marzo de 2014
54 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sexualidad recién descubierta de una adolescente de 17 años supone la búsqueda de la dificultad, de lo encantador, de la seducción, del dinero, del peligro, de lo dislocado, de lo arbitrario, de lo oculto, del fingimiento, de lo temerario, de lo insostenible, de lo ultrajante y de lo prohibido... No se trata de una indagación sobre las causas o el origen del comportamiento caprichoso e indescifrable de esta adinerada niña burguesa, sino el retrato de un comportamiento veleidoso y burlón, lleno de puntos inciertos y opacos, siendo ella como es una presencia deslumbrante y magnética abocada a ser el centro de todas las miradas.

Parece que últimamente – tras décadas de mirar obsesivamente al macho – la sexualidad femenina atrae más a los cineastas, ya sea desde la vorágine de lo desaforado (ver el díptico Nymphomaniac), el remordimiento (ver Philomena), lo retorcido (La Venus de las pieles) o la madurez menopaúsica (Sobran las palabras). Aquí la mirada recae sobre una adolescente aburguesada, para quien el dinero no es tema de conversación, salvo para hablar de donaciones o veraneos. Entonces, ¿qué es lo que mueve a la protagonista? Esta pregunta se la hace el espectador en todo momento, pero el director y guionista la soslaya a cada paso, dándole esquinazo, dejándola languidecer en la trastienda de las dudas inquietantes.

No estamos ante un tratado sociológico, ni siquiera ente un retrato psicológico, sino sólo ante el arbitrario comportamiento de un ser fascinante que busca la mirada ajena a través de la sexualidad, el deseo, el cuerpo, lo esquivo, la negación y la incertidumbre. Ni ella misma sabe el porqué, quizás ni se lo plantea, tal vez ni necesite ni quiera saberlo. Pero al espectador le ha dado ocasión de asistir al coqueteo desbocado, a la voluptuosidad de la carne prieta, a la caricia tóxica del deseo juvenil, al pubescente desorden del exceso lúbrico, lujurioso y lascivo. Y queda enganchado, hechizado, por completo embaucado y conquistado.

Es una película sobre la mirada – no en vano la cinta comienza con el impúdico examen del voluptuoso cuerpo del deseo a través de unos prismáticos – sobre la necesidad de conquistar desde la lejanía, resaltando el capricho y la imaginación sobre la consumación o el contacto. Es una cinta sobre el juego de la mirada, de la observación, del espionaje y recreo de la libidinosidad… Resumiendo: es el triunfo de la fascinación. Quizás no sea perfecta, haya titubeos y baches, zonas pedregosas y superficiales, pero funciona, seduce y embelesa. En definitiva: fascinante.
antonalva
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27 de septiembre de 2013
38 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pareciera que tras "En la casa" François Ozon se hubiera ganado un merecido reconocimiento tras una carrera irregular pero estimable. Con su exitosa producción del año pasado inició no obstante un camino hacia la refinación de la imagen y la puesta al día de sus constantes temáticas para dar pie ahora a "Jeune et jolie", una de las películas sobre la prostitución más libres que se han visto en años, que no ofrece una mirada afectada o excesivamente dramatica sobre el tema sino que lo aborda desde un punto de vista liberal, sin ningún tipo de subrayado. Y esto por supuesto hace que todo sea mucho más libre y que sea el espectador el que deba rellenar los huecos, de haberlos.

La modelo Marine Vacth debuta pues con un papel complicado, basado en la contención parcial pese a conseguir transmitir un buen puñado de sensaciones. Desde poder (sobre el hombre) hasta fragilidad, una cercanía -o lejanía, según el caso- para con los suyos que convierte a su personaje en uno puramente realista, creíble, en el que no importan tanto el porqué como el cómo. Es el suyo un trabajo notable pero sobre todo, transmite muchísimo con su mirada, con la imagen pura. Ozon sabe sacar partido de la entrega de la joven para que la trama avance mientras recorremos el cuerpo de la joven y sus aventuras sexuales.

A través de esta experiencia madura, con ella lo hacen los personajes, y el espectador sabe a qué agarrarse. Se trata de una sátira -como lo era "En la casa"- en la que no se abusa tanto del humor y el ingenio como sí se hace en la reflexión: ¿por qué lo hace? Porque quiere, y porque puede. Una mujer en plena posesión de sus armas y un director que no pierde energía tras su notable trabajo del año pasado. Uno se queda con ganas de ver más a Vacth, pero siempre queda para el recuerdo este trabajo en el que lo apuesta todo a una sola carta y desde luego, sale ganadora. Una película notable, y de las mejores sobre el tema que aborda.
Caith_Sith
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9 de marzo de 2014
55 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, Marine Vacth es jovencísima y monísima, sí... Pero, para mí, y siento discrepar con la mayoría de las críticas, me ha parecido una película insulsa, sin pies ni cabeza y autocomplaciente. Más me ha parecido un clásico "épater le bourgeois" francés, en lugar de entrar en un problema que no parece ser inusual en nuestra sociedad, que busca el enriquecimiento rápido y que puede provocar en las adolescentes la necesidad de obtener dinero "fácil" (en teoría) para conseguir cosas bonitas. No me creía nada.

Y ya sabemos que en el arte en general, más vale ser verosímil que contar verdades. Para mí no ha sido verosímil la historia. ¿Qué le voy a hacer?
abeltracas
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7 de diciembre de 2013
27 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La prostitución y el cine o, mejor dicho, en el cine, son dos términos que vienen ligados desde los comienzos del séptimo arte. No sólo la Europa más liberal con el neorrealismo italiano de Fellini o Pasolini, la Nouvelle Vague francesa o el almodovarianismo español, se han encargado de plasmar esta situación incluso cuando la entrada en vigor del código Hays censuraba este contenido en los Estados Unidos, también, grandes directores de todo el mundo representaron esta controvertida temática, desde Suramérica hasta algunos de los mayores artistas nipones como Kenji Mizoguchi (Mujeres de la noche, 1948) o Yasujiro Ozu quien, en 1948, mostró los fantasmas de la posguerra con forma de drama familiar en Una gallina en el viento. Y hasta los tiempos modernos, donde directores como el coreano Kim Ki-duk (Samaritan Girl, 2004 y Bad Guy, 2001), siguen mostrando la problemática de una situación que no parece que vaya a tener una fácil y conveniente solución dada la falta de diálogo existente respecto al asunto.
El diálogo y la comunicación son factores imprescindibles para solucionar cualquier problema, ya sea de tipo político, social o simplemente familiar como el que nos presenta François Ozon en su nueva película. La historia muestra en cuatro capítulos, que coinciden con las cuatro estaciones, un año en la vida de Isabelle, una joven de 17 años procedente de una familia adinerada que se pierde en su búsqueda personal del descubrimiento sexual. Un primer encuentro decepcionante con un chico, la conduce a una espiral de prostitución como medio de expresión, rebeldía, experimentación, o simplemente la misma curiosidad que llevó a Sévérine a una situación similar, en 1967, en la cinta de Buñuel, Belle de jour. Pero los motivos no quedan del todo claros y la culpa de ello la tiene, en gran parte, la impenetrable personalidad de la protagonista, por lo que tendremos que tratar de indagar en su mente por medio de los complejos simbolismos que el director introduce en muchos de los diálogos que él mismo ha escrito para conformar el guion.
El tipo de educación que los miembros de una familia de la alta sociedad francesa imparten a sus hijos, basada en que el dinero da la felicidad, y minusvalorando hasta hacer prácticamente inexistentes las relaciones afectivas y ese diálogo con el que abríamos el texto, da como resultado una fría personalidad totalmente indiferente y distante a los sentimientos. Esto hace que Isabelle busque un aliciente para conseguir que el sexo resulte satisfactorio, así es como empieza a tener relaciones sexuales con extraños a cambio de dinero, por propia voluntad, sin necesidades económicas, simplemente por conseguir la dosis de adrenalina que no puede encontrar con una sana relación convencional.
Una vez más, el director se sirve de uno de sus temas favoritos, las relaciones familiares, amorosas y la enfermiza combinación de ambas. El último claro ejemplo lo encontramos en su anterior película, En la casa, 2012, magnífico drama en el que también hace hincapié en la importancia de la mujer como epicentro de toda la acción en un contexto burgués, como ya mostrara en 8 mujeres, 2002. Si hace poco hablábamos de lo irreconocible que era el cine de Ridley Scott en cuanto a estilo de filmar, François Ozon sería su antagonista. Ya desde sus comienzos con, Sicom, 1998, el director mostró sus inquietudes y obsesiones, la familia y el poder del sexo como elemento desestabilizador de las relaciones, desde entonces no ha dejado de ilustrar los problemas amorosos de pareja, como hizo con dureza en la dramática y desesperanzadora, 5x2 (cinco veces dos), 2004. Ozon también utiliza el verano y la playa, muy recurrentes en su cine, para hacer la presentación de sus personajes, mediante otro de sus recursos u obsesiones más característicos, el uso de escenas de voyerismo que nos hacen recordar aquel oscuro thriller, Swimming Pool, 2003, con la guapa Ludivine Sagnier. Pese a que todos estos elementos no siempre funcionan igual de bien, hay que reconocer que los dos últimos trabajos del realizador están dotados de una calidad artística y originalidad excepcionales.
La relación entre los personajes creada por el director llega a ser de lo más incómoda, no sólo las relaciones profesionales de Isabelle con sus clientes, representados en su mayoría con unos rasgos bastante perversos, sino también con su propia familia, en la que cada conversación, cada gesto, se presta a una perturbadora malinterpretación. La frivolización que se hace en todo momento sobre la dramática situación resulta tan grotesca y satírica como la representada por Quevedo en aquel poema que comenzaba así:
“Puto es el hombre que de putas fía,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.”
Con una fotografía muy centrada en destacar el contraste entre la cegadora belleza casi perfecta de la protagonista de 22 años, Marine Vacth, y su oscura y hermética personalidad que la lleva a comportarse de manera tan depravada, el filme se presenta como un duro y atractivo drama con golpes de humor negro, acompañado por una sensual y elegante banda sonora a cargo del compositor habitual de Ozon, Philippe Rombi. El joven Fantin Ravat, en el papel de hermano menor, Víctor, trenza una grandísima actuación cargada de misterio y una excesiva curiosidad que raya en lo enfermizo. El realizador vuelve a recurrir a una de sus actrices fetiche, la veterana Charlotte Rampling, que tan buenos resultados le había dado en anteriores colaboraciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Peaky Boy
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