El veterano director Early Bellamy lleva a la pantalla un western de medianía donde lucen con luz propia dos actores y figuras importantes: Ernest Borgine y Sammy Davis Jr., conducido por un guion horribilis.

En la historia, en un ataque contra el rancho de Paxtom (Borgine), muere el hijo y secuestran a su hija. Para ir en búsqueda de los culpables, contrata a Zeke Smith (Davis), un rastreador negro profesional (lo de que sea “negro” tiene su miga). Hay indios, trata de blancas, forajidos, disparos, galopadas y hasta el ejército salvador.

Es una obra neutra, por decir algo, con una temática mil veces repetida, algunas, obras maestras como “Centauros del desierto” de John Ford. Eran los tiempos en que los colonos vivían aislados y expuestos a los ataques de forajidos o de los indios.

Los perseguidores deben cruzar el Río Grande (frontera natural entre Méjico y EE. UU.) y ya estaban fuera de la jurisdicción yanqui… salvo al final, en que el aplauso del respetable no se hará llegar.

Western para ver en familia, un entretenimiento sin sal ni pimienta, y la búsqueda de la hija rubia platino de un ranchero patán y rupestre.