Marcela cuida de Amador en verano, un hombre muy mayor y enfermo, siempre en cama, pues necesita dinero para subsistir. Ambos se confiaran sus intimidades y respectivos secretos. Un suceso insospechado pone a la joven ante una difícil disyuntiva moral. Pero ambas personas, Amador y Marcela, han llegado sin saberlo a un acuerdo. Cumplirlo vendrá a demostrar que la muerte a veces no detiene a la vida.

Dirigida con oficio por Fernando León de Aranoa con un guion aceptable de su propia autoría, en este filme, León centra su obra en dos problemáticas sociales acuciantes en la actualidad: la inmigración y la soledad entre los ancianos.

La cosa es que Amador ha fallecido y urge para la protagonista y para la familia esconder a toda costa su defunción pues, en la España de la crisis económica, las clases bajas y las medias están tan desesperadas –unas por meramente alimentarse y subsistir, otras por terminar su segunda residencia– que unen sus esfuerzos para tapar el mal olor a base de toneladas de ambientador, y seguir cobrando la necesaria paga del occiso.

Tiene un reparto con sus más y sus menos, con actores y actrices como Magaly Soler, Celso Bugallo, Sonia Almarcha, Fanny de Castro o Antonio Durán, entre otros, que finalmente resultan eficaces, aunque no excesivamente lucidos.

Tiene una puesta en escena sobre el vacío y el monocorde paso del tiempo, una aceptable música de Lucio Godoy y una buena fotografía de Ramiro Civita, que envuelve la trama con su bien hacer.

Empieza siendo un filme social para acabar diluyendo ese enfoque pretendidamente político, en una mezcla de géneros y estilos. Además, la película acaba haciéndose larga y lo que pretendía ser profundo, queda flotando en la superficie, porque los tópicos impiden ni siquiera empezar la inmersión.