Quienes quieran ver en Her una historia de amor son muy libres de hacerlo, pero me dejan de piedra.
Yo diría, más bien, que el personaje de Joaquin Phoenix no es más que un pajillero común, que en vez de estar enganchado al porno guarro en interné, deja volar su imaginación nocturna al amparo de impersonales voces, ya sean de desconocidas chifladas que se excitan con gatos muertos, ya sea la procedente del sistema operativo de su ordenador.

Entiendo que cueste sacar una lectura tan mundana de esta hermosa película, porque Phoenix no aparece ante nuestros ojos como un solitario obseso sin recursos para hacerse desear, más bien al contrario. Es un hombre atractivo, pese al horripilante bigote, de lo más dulce, sensible y adorable. Cualquier fémina sensata estaría encantada de hacerle compañía, o lo que fuera.
Pero en este mundo que nos presenta Jonze, parece que la gente haya olvidado como relacionarse entre sí de modo natural y satisfactorio, por lo que prefieren los sustitutivos.

El supuesto enamorado, repito, no es más que un pajillero irredento que vive en un futuro incierto enganchado a las nuevas tecnologías, como estamos todos, cada vez más y cada vez más tontos. De ahí se puede sacar alguna que otra lectura interesante a la peli, pero es que todo es tan cuqui y tan perfectamente agradable y bonito que casi ni apetece, sobre todo si anteriormente se ha visionado esa contundente serie británica de nombre Black Mirror que ya fantaseaba sobre las consecuencias de la tecnología en la vida de las personas, y lo hacía de un modo mucho más convincente y aterrador.

Efectivamente, Her es como un capítulo de Black Mirror, pero en moñas. Aún así luminosa, cómica a ratos, sagazmente insensata y nada desdeñable película. Ciclópeo Joaquin Phoenix, como siempre.