La premisa es de lo más revulsiva; larguísimo drama basado en hechos reales de los que el público, a poco que tenga buena memoria y viese las noticias en su día, conoce sobradamente el desenlace. En estos casos, el recurso estándar para intentar camelarte al respetable es regalarle toneladas de patético sentimentalismo llorón y abyecto. Por ejemplo: Lo imposible, de J.A. Bayona, que resulta que a la gente le gustó, pero en mi opinión era como para echar la pota.

En Trece vidas, sin embargo, el recurso es bien distinto, ya que el guionista enfoca la acción desde un punto de vista documental. Una cosa es saber lo que pasó y otra diferente saber cómo fue posible que pasara, convirtiendo la película en un monumental homenaje a todos aquellos que desinteresadamente, o porque era su trabajo, aportaron sus recursos, su esfuerzo y hasta se jugaron la vida para intentar salvar la de los chiquillos, obviando sabiamente cualquier parcela personal de los mismos, de manera que si están casados, divorciados, tristes o alegres, nos importa una mierda y para qué malgastar metraje en eso. Maravilloso.


Howard, que en los primeros años de su carrera si que transitó por vericuetos manidos, presenta una película diferente, impecablemente rodada y montada, que en ningún momento se percibe como un típico drama oportunista basado en hechos reales, sino como una obra testimonial y de suspense brillantemente conseguido, pese a que el espectador conozca el desenlace de antemano.

El apartado técnico es para quitarse el sombrero, o lo que sea que se tenga. Ojalá le caigan muchos óscares y cosas de esas.

Y no negaré que lo generoso del metraje se me hizo algo pesado, sobre todo en la parte final, algo reiterativa, pero la recomiendo mucho muchísimo, por ser una película bien hecha, honesta, espectacular, artesanal y sin duda interesante. Abstenerse fans de Lo imposible.