Bogart interpreta a un hombre cínico, aferrado a sí mismo, solitario y, sobre todo, duro. Bogart es un magnífico tipo duro. En ese estado de autocomplacencia un buen día se cruza con su vecina, Gloria Grahame, una mujer de rompe y rasga, de las que se enamoran como bobas sin perder el glamour ni la compostura.

Ella se aferra a su hombre, un guionista de talento, al que cuida y protege, sin importarle demasiado que los polizontes le acosen por tenerle como máximo sospechoso del asesinato de una joven. Ella cree en él. Las acusaciones le parecen infundadas, absurdas, hasta que descubre la naturaleza violenta de su amado. El tío no es que se enfade, es que se brota, y ella empieza a sospechar también y a cogerle miedo. Al espectador también le pasa. La angustia de la Grahame traspasa la pantalla. Una actriz de las buenas.

Me viene a la cabeza “Sospecha” de Hitchcock. “En un lugar solitario” podría ser una versión de aquella, pero bastante mejorada.

La gente que se ama no tiene por qué estar siempre diciéndolo, pero disfruta preparando el desayuno a la persona amada mientras ésta todavía duerme. Qué gran verdad. La secuencia de la cocina es cosa fina.